Caminábamos entre hileras de álamos, altos como el cielo y cómplices de nuestra charla.
Me contabas de las pérdidas, también del estar “bien de la cabeza”, a pesar de todo.
Yo te escuchaba. La felicidad del encuentro fortuito y la pregunta obligada, por qué habíamos tardado tanto.
Miraba los movimientos de tus manos, pero sobre todo oía tu voz. Llegamos a una exclusa abierta, la dicha del riego.
El rumor del agua corría mansa, arrastraba silencios y desencuentros.