El resplandor del alba

Domingo, todavía no amaneció.

Por alguna razón la gata me despertó temprano. Ignoro dónde está ahora, pero desde hace días, ronda intranquila por la casa, como si se solidarizara con nosotros.

Afuera, desorientación. Tejido social hecho pedazos, apología de la crueldad, violencia de género. Podría seguir enumerando. De nada sirve. O sí. Lecturas a las que aferrarse:

Un rostro

Un rostro frente a tus ojos que lo miran y por favor: que no haya mirar sin ver. Cuando miras su rostro —por pasión, por necesidad como la de respirar — sucede, y de esto te enteras mucho después, que ni siquiera lo miras.

Pero si lo miraste, si lo bebiste como sólo puede y sabe una sedienta como tú. Ahora estás en la calle; te alejas invadida por un rostro que miraste sin cesar, pero de súbito, flotante y descreída, te detienes, pues vienes de preguntarte si has visto su rostro. El combate con la desaparición es arduo.

Buscas con urgencia en todas tus memorias, porque gracias a una simétrica repetición de experiencias sabes que si no lo recuerdas pocos instantes después de haberlo mirado este olvido significará los más desoladores días de búsqueda.

Hasta que vuelvas a verlo frente al tuyo, y con renovada esperanza lo mires de nuevo, decidida, esta vez, a mirarlo en serio, de verdad, lo cual, y esto también lo sabes, te resulta imposible, pues es la condición del amor que le tienes.

París, mayo de 1962(*)

Es malísimo lo que estoy escribiendo,

no creas que no me doy cuenta y todos los audios de whatsapp que te mando que no son nada

todo porque durante tres días en Santiago sentí que un hombre –vos– me trataba bien.

En realidad me odio a mí misma y odio a las mujeres que siempre están buscando un hombre fuerte que las salve y las proteja.

Hoy me desperté a las cinco, me hice un café y me vine a la computadora a escribir este texto malísimo.

Pienso que soy una escritora tan simple que siempre voy a ser una escritora amateur que sólo puede contar lo que le pasa, es decir, nunca seré una observadora abstracta del mundo, ni podré estar por encima de mis circunstancias (mis circunstancias ahora son estar discutiendo esto con vos, es decir estar hablando de feminismo con un hombre).

Pero también pienso que vivir así es destilar un veneno dulce como si mis dedos, mis brazos, mi pecho y todo mi cuerpo estuviesen hechos de la carne de alguna flor que cuando apretás y apretás en un mortero desprende una esencia.

Quizás esa sea una buena metáfora del amor heterosexual:

los hombres extrayendo todo de las mujeres el arte extrayendo todo de las mujeres el mundo extrayendo todo de las mujeres y así.(**)


Heriberto me comparte un fragmento de Hemingway, sobre la teoría del iceberg. Voy al libro:

«Cuando un autor escribe una novela tiene que crear gentes que vivan, gentes, no personajes. Un personaje es una caricatura. Si el autor puede hacer que vivan las gentes, es posible que haya un gran personaje en su libro. Pero es posible que su libro quede, no por eso, sino por ser una obra completa, una entidad, una novela». Y más adelante: «Si un escritor en prosa conoce lo suficientemente bien aquello sobre lo que escribe, puede silenciar cosas que conoce, y el lector, si el escritor escribe con suficiente verdad, tendrá de estas cosas una impresión tan fuerte como si el escritor las hubiera expresado. La dignidad de movimientos de un iceberg se debe a que solamente un octavo de su masa aparece sobre el agua. Un escritor que omite ciertas cosas porque no las conoce, no hace más que dejar lagunas en lo que escribe. Un escritor que se da tan poca cuenta de la gravedad de su arte, que se inquieta por mostrar a las gentes que ha recibido una buena educación, que es culto o instruido, es, simplemente, un papagayo. Y acordaos también de esto: no hace falta confundir al escritor serio con el escritor solemne. Un escritor serio puede ser un halcón, un zopilote e incluso un papagayo; pero un escritor solemne no es nunca más que una condenada lechuza». (***)


Desde la calle, llega el quejido de otro gato. El resplandor del alba pugna por asomarse. O es mi imaginación, a la espera de cierta luminosidad.

(*) Pizarnik, Alejandra, “Prosa completa”, edición digital.

(**) Pavón, Cecilia, “Diario de una persona inventada”, edición digital.

(***) Hemingway, Ernest, “Muerte en la tarde”.

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