El alivio de la mañana

Sábado, feria, frutas y verduras, vendedores. Frituras.

Una moneda o algo para comer por favor.

Tres bolsitas por dos mil pesos.

Por supuesto que tengo, ahí está el alias.

El rey del pan cacero.

Bife a lo pobre.

Las verdaderas empanadas salteñas.

Languidece la mañana. «Vos andá por los huevos, yo me cruzo al de las frutillas», dice ella y el pibe asiente.

Me gusta observar a la gente. Más allá, una señora escudriña unas berenjenas con ojo clínico y unos promotores de ollas desglosan beneficios y maravillas de sus productos. Prometen degustación en los hogares, sin cargo.

Otra pareja con una bolsa casi vacía. Van de la mano. La joven está cabizbaja y hace cuentas, como si buscara más recursos económicos en el asfalto agrietado. Su compañero se cruza por un instante con mi mirada. Esbozo una media sonrisa que ignora y se detiene en el puesto de las bolsas de residuos.

Más allá, una pareja anciana. El ritual es diferente: es evidente que vienen todos los sábados y la incursión en el Parque Central es un atajo para acortar el mes. Lo mismo que el matrimonio de mediana edad, con bolsas llenas.

Registro algunas escenas en una libreta, por aquello de Lalo que, un texto fue en algún momento, una libreta vacía (*), en un banco tallado de corazones y flechas cruzadas, amores eternos, insultos, juramentos de amistad.

Hay demasiada tristeza en la ciudad. Basta recorrer sus calles, registrar los rostros sombríos, la desesperación en algunas miradas. El ruego: comprame unas medias, por favor.

Mi gesto de impotencia mientras me desprendo de las últimas monedas. La veo alejarse, las canas y la espalda encorvada me gritan que debería estar jubilada, pero ahí va, interrumpiendo el paso a quien se le cruza, la desesperación por ser visible, por no quedar a la intemperie.

La pelota cae a mis pies. Detrás, la carcajada y la mirada pícara. Son dos. El más grande me mira y espera. El pelo le llega a los hombros. ¿Diez, once años? Devuelvo el balón con un toque y confirmo mi escaso talento para el fútbol. «No molesten al señor», dice el papá. Niego con la cabeza mientras se encaminan al sector de puestos de comida.

Me guardo esa mirada, atisbo contra la desazón, el alivio de la mañana.

(*) De Eduardo Lalo, en Intemperie, Buenos Aires, Corregidor, 2016. (La imagen es de Pixabay).


Aviso parroquial:

También estamos acá, aprendiendo un poco a utilizar la plataforma.

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