—¿Cuál es tu guerra?
—La guerra es contra el olvido. O el paso del tiempo.
—¿Te parece?
Asentí. —Me parecen los enemigos a vencer.
Estábamos sentados en un parque con bancos de madera y leyendas adolescentes.
—¿Y la tuya? —pregunté.
Me miraste desde un fondo oscuro. —Detesto la hipocresía, las convenciones, hubo una época que temí a los tatuajes.
Recostamos cabezas y oí las respiraciones entrelazadas. La brisa traía una armónica que rompía la siesta del domingo.
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