Incendiario (o Aproximaciones al mar)

Lo mejor que podíamos hacer los domingos al atardecer era desnudarnos para combatir la muerte. Yemas recorriendo espaldas, hombros, lunares, pliegues, protuberancias, secretos y memorias que escondemos bajo la ropa.

La ceremonia, si se la puede llamar así, comenzaba en ese instante que el sol empieza a ceder. Sin decir nada, rumbeabas al dormitorio. Yo seguía el rastro de tu ropa interior y me despojaba de la mía.

Frente a frente, te corría ese mechón de pelo que ocultaba uno de tus ojos. Y no podías evitar sonreír, mientras tus palmas me cubrían las mejillas. Cosquillas en tu vientre. «Eso es hacer trampa», musitabas.

No había prisas. El secreto estaba en la lentitud. En permanecer en la cama y revisitarnos, como las olas sobre los pies.

Había caricias. Y pausas. No faltaban carcajadas. Y en algún momento, cuando afuera todo era sombras, urgencias, ruedos, tu melena que abarcaba todo. Por supuesto que reediciones. Así enfrentábamos el lunes, exorcismo contra la chatura y las cabezas inclinadas sobre los móviles.

La mirada de esa piba me trajo la tuya, la de tus palmas en mis mejillas. Tentado de acercarme y decirle que sabía su secreto, «que es hermoso estar ahí». Pero desvié la vista y miré las callejuelas por donde el ómnibus daba vueltas imposibles, en una ciudad ajena y furiosa.

Otras aproximaciones al mar:

Los saldos de septiembre

Miles Davis, So what, de fondo.

Shushu que me mira desde la silla. Parece gustarle. Cierra los ojos. Pocas veces la oí ronronear.

Últimamente, me aferro a la poesía. Para exorcizar, para espantar el pesimismo. Busco en los versos el silencio que la narrativa impone.

No sé si llegaré a buen puerto, pero lo intento.

Hace tiempo que las palabras me esquivan. De nada sirve echar mano a viejas recetas.

¿Son los versos piedras para derrumbar un bloqueo?

Decididamente, le gusta Davis. Apoya el hocico contra el almohadón. No sé cómo hace para respirar, pero lo logra. Como si me escuchara, levanta la cabeza y comienza a lavarse.

¿Brisas?, varias.

El recital de Susy Shock: «Lo que venga, llámese como se llame, no puede estar exento de una espiritualidad que nos ponga en otros órdenes nuevos, en otras armonías nuevas… Somos un país, dimos vuelta un país, mirá si no lo vamos a reconstruir mejor todavía».

«El ejercicio furioso de no olvidar», también anoté.

La imponente marcha por la educación pública, bajo la lluvia, para dotarle una épica.

Reencuentros en la Feria del Libro.

Los saldos de septiembre.

Cuerpos

Cuerpos. Desmembrados, enterrados, devorados, fusilados, desangrados.

Cuerpos en el río de la Plata.

Cuerpo de baile y cuerpos bailados, la danza de los cuerpos, las memorias que el cuerpo guarda.

Cuerpos pintados, pañuelos verdes que gritan no morir en quirófanos sucios.

La hipocresía de otros cuerpos.

Poner el cuerpo, escribir con el cuerpo*. Cuerpos de palabras.

Las palabras y el pulso.

La escritura.

Atisbos para no acostumbrarse a la ferocidad.

* Clarice Lispector, en “La hora de la estrella”.

Octubre, sus días fríos

Octubre sabe llegar con sus días todavía fríos.

El invierno que se resiste a quedar atrás. La primavera, su luminosidad.

No pudimos salvar a nadie, llegamos tarde. Los versos de un poema.

La poesía como tiempo de escucha, la pausa para vislumbrar lo que hay detrás del ruido cotidiano, para combatir lo roto.

El sueño nocturno deja huellas de un ancho camino de tierra, paralelo a las vías del ferrocarril. De un lado, la nostalgia de rieles oxidados, del otro, una cadena de eucaliptos.

¿Había una búsqueda?

Supongo que siempre la hay.

Afuera el bullicio sucio de la ciudad. Adentro, la necesidad de reparación.

Las primeras líneas de un día cenagoso.

En los libros debe haber un orden

Reviso unos borradores. Hay uno al que le tengo más fe. Pero no sé su comienzo. Y lo necesito para no continuar con la escritura fragmentaria, un anclaje que ordene o —al menos aparente— encausar el desorden de palabras que llegan a cuentagotas.

Mientras tanto leo. Siempre leo. Poesía y narrativa. La ilusión de que la lectura puede contagiar la escritura.

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El ahora de la lectura

Versos en diferentes poemas, anzuelos contra el bloqueo.

Leer poesía como una premisa contra la cerrazón de las palabras. Leo poesía y escribo, me dijo un amigo el otro día.

Leer para escuchar, leer para desembrujar, leer para romper murallas. El ahora de la lectura, como el ahora de la escucha, buscando algo para escribir.

«La persona que narra habita simultáneamente el tiempo presente de cuando habla y el tiempo de lo sucedido, además de experimentar la ruptura del ritmo entre los dos. Yo que pregunto y escucho, vivo también el ahora de la escucha, los recuerdos de mis tiempos pasados, cuando ya había oído parte de las historias, así como los varios tiempos futuros de la escucha de las grabaciones, de la lectura de las transcripciones y de la escritura», escribe José Henrique Bortoluci en Lo que es mío, hermoso descubrimiento.

El ahora de la escucha. Lo atesoro.

Descubrir esa huella

Domingo. Leo a Coetzee. El personaje, un profesor universitario expulsado de la universidad por abusar de una alumna, se refugia en el campo con su hija.

Es un ser detestable que no se arrepiente de sus actos, incluso piensa que está siendo injustamente castigado. Y su arribo al campo, coincide con más desgracias para su entorno familiar.

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“Demasiado lejos” y tan cerca, la novela de Malvinas de Sacheri

Agoniza marzo. Dos mozos observan la represión en Plaza de Mayo desde Casa Rosada. Hacía tiempo que no se veían cosas de estas, dice uno de ellos.

Así comienza Demasiado lejos, de Eduardo Sacheri. Novela que entrelaza la vida de tres familias, un equipo diplomático cuatro parroquianos, dos mozos en Casa Rosada y la Junta Militar en una sola causa: recuperar Malvinas.

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El Renault 4 (otro comienzo para «El porvenir es una ilusión»

La charla le llegaba a ramalazos. Debía irse del bar. Iba para dos horas que estaba ahí.

—Ahora se puede caminar más tranquilo.

El otro asintió y bebió un sorbo de café.

—Faltaba orden. Mirá que no le tenía mucha confianza.

—Y libertad—concedió y llamó al mozo con el brazo levantado.

—Dejá yo invito —dijo el más joven.

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