Domingo. Leo a Coetzee. El personaje, un profesor universitario expulsado de la universidad por abusar de una alumna, se refugia en el campo con su hija.
Es un ser detestable que no se arrepiente de sus actos, incluso piensa que está siendo injustamente castigado. Y su arribo al campo, coincide con más desgracias para su entorno familiar.
Agoniza marzo. Dos mozos observan la represión en Plaza de Mayo desde Casa Rosada. Hacía tiempo que no se veían cosas de estas, dice uno de ellos.
Así comienza Demasiado lejos, de Eduardo Sacheri. Novela que entrelaza la vida de tres familias, un equipo diplomático cuatro parroquianos, dos mozos en Casa Rosada y la Junta Militar en una sola causa: recuperar Malvinas.
Solos en América. Es ese disco y no otro el que me recuerda a vos. También el aroma de una crema que identificaría tiempo después. Curiosos los recuerdos.
Si lo pienso, más de una vez estuve atravesado por Miguel Mateos. Cómo no repetir hasta el hartazgo En la Argentina hacen falta huevos o Puedo acabar con el machismo argentino, ya lo vas a ver, ya lo vas a ver.
Pues siguen faltando huevos, y del machismo… qué contarte.
El mundo estaba lleno de cosas con las que no podía reconciliarse.
El cuerpo de un indigente hallado muerto en el banco de una plaza bajo varias capas de papel de periódico un día claro de primavera; los ojos apagados de la gente que viaja en el metro a última hora de la noche, mirando hacia otro lado mientras se rozan sus hombros sudorosos; el interminable desfile de coches sobre la autopista, con las luces rojas de los faros traseros encendidas un día de tormenta; los días que se suceden uno tras otro, arañados por miles de afilados patines de hielo; los cuerpos, que se desmoronan tan fácilmente; el intercambio de bromas tontas y endebles que se dicen para hacernos olvidar todo eso; las palabras que escribimos con fuerza sobre el papel para que nada quede en el olvido; y la fetidez que emana de esas palabras como espuma putrefacta.
Llegó en la madrugada. Cabizbajo, de herida abierta. Me había escrito unos días antes, si podía pasar unos días en el campo. Hacía años que no lo veía. Desde la muerte de Belén. Y ahí estaba, parado en la tranquera, esperando a pasar. «Te busco en la Terminal». No, prefiero caminar. Te mando un mensaje cuando llegue.
Libros en el suelo. Libros sobre la mesa. Abiertos, rayados, intocables, manoseados. Propios y ajenos. Libros bajo la almohada. Regalados, prestados, robados, nunca devueltos, palabras que pisoteo y rescato, que atesoro y descarto, que desando y escucho, cual ronroneos gatunos.
Libros y más libros. Palabras y más palabras. Títulos con apuesta a la lectura, enunciados impostores, virtuales y vacíos como los pulgares en alto y otros emojis, o prometedores y necesarios como las voces amigas.
Poco a poco, Substack se ve haciendo el lugar donde leer, apearse al costado del camino. Tanto que abrí una página, para replicar textos de este espacio y escribir nuevos, una suerte de retroalimentación en ambos cuadernos virtuales.
Para quienes no lo conocen, Substack te permite armar un blog y, además, suscribirte a los newsletter que te interese y recibirlos en tu casilla de correo. Como recién iniciado voy sumando unos y descartando otros, aprendiendo al andar.
Lo bueno es que hay cada vez más lectores en español de las temáticas más variadas: género, medioambiente, literatura por supuesto, poesía, política, narrativa, tecnología, y la lista sigue.
—Cómo anda poeta, usted que sabe, ¿Me recomienda libros para leer?— pregunté.
Y así lo hizo. Con Fede nos vemos menos de lo que debiéramos, pero compartimos lecturas, comentarios y textos. Tenemos en común lo de trabajar en silencio y sin estridencias, si de escribir se trata.
Entre esos libros de poesía, me pasó un inédito:
Quién dijo
Pasé toda la noche mirando estrellas se me llenaron los ojos de vacío, el viento traía voces desde la esquina de los tiempos, las robaba y las hacía pasear por los viejos armatostes que va dejando el petróleo. Subido al techo del viejo tráiler desafío la ferocidad de las ráfagas, algo adentro del alma debe haber necesito sentirme vivo, arañar está percepción obsoleta de acero oxidado.
-No hay que ser un muerto para ser fantasma- eso me decía a mí mismo mientras divagaba debajo de unos pinos negros y estáticos. ¿Quién dijo que la noche no entra en una mirada? Todo es un diagrama lleno de posibilidades.
(Del poemario, Barreras en la noche, de Federico Espinosa, poeta neuquino).