La diuca, el pájaro que salva al mundo

La Pampa y el largo Sur en que se inscribe, la Patagonia toda, constituyen una región austera y heroica, curtida de olvidos y despojos, pero a la vez, hermosa y hechizada. Vivimos en una tierra mágica, cuyo pacto de existencia con el Universo se renueva día a día. O mejor dicho, noche a noche.

Porque al filo del alba, cuando todavía la oscuridad es absoluta y relumbra Wüñyelfe, el lucero de la madrugada, el mundo afronta la pregunta decisiva, la duda mayor: ¿amanecerá? El porvenir se juega a suerte o verdad.

El día o la nada. La continuidad de la vida -sólo posible con el sol-, o su interrupción y el cese de la maravilla cotidiana.

Encrucijada tremenda, disyuntiva final que en ese momento único de la noche, de cada noche, coloca a todo lo que alienta sobre la tierra ante el “cara o ceca” de la muerte o la vida; ante el anverso o reverso del naipe del destino.

El mundo vacila y se estremece. El mundo queda en vilo frente a esa horqueta de senderos, que se reitera inexorable.

… Y un pájaro lo salva. Noche a noche, un pájaro salva al mundo. Un pajarito pequeño, “gris plomizo, vientre y garganta blancos”, que en el instante crucial, en el inmenso silencio de la noche patagónica, canta. Rompe a cantar. Y amanece. Es ella, la diuca, (la racadiuca, la “yuquita» del cariño infantil). Y la vieja sabiduría del hombre de la tierra, la siempreverde palabra del pueblo, así lo enseña: “La diuca no canta porque esté por amanecer. Canta para que amanezca.”

Aprendamos su lección.

Me pareció muy bello. El texto es de Edgar Morisoli, del libro: “La lección de la diuca”, 2003,  Pitanguá Santa Rosa, La Pampa, incluido en el CD: «Edith Rossetti canta a Edgar Morisoli!.

Acerca de Edgar Morisoli

Edgar Morisoli nació en Acebal (Santa Fe) el 5 de noviembre de 1930. Es poeta, escritor y ensayista. Aunque nacido en Santa Fe, reside Santa Rosa, La Pampa, siendo pampeano por adopción.

Fue miembro fundador de la Asociación de Escritores Pampeanos.

Muchas de sus poesías han sido musicalizadas. Su libro de ensayos: «Fábula del tiburón y las sardinas. El ALCA y la cultura», plantea ya desde su título la temática que desarrolla en profundidad con lúcido análisis. La repercusión de su obra se expande más allá de los límites provinciales. «La poesía de Morisoli -cargada de matices, de lectura lenta- edifica una sólida épica de aquellos personajes cuasi anónimos que poblaron el oeste pampeano, o esas zonas de obreraje y paisanos de la patagonia; su gesta es cantar para que no se los lleve el olvido» ha dicho de él Sergio De Matteo. «Cancionero del río Colorado», «Solar del viento», «Tierra que sé», «Salmo bagual» y «Última rosa, última trinchera» son algunos de sus poemarios.

Obras publicadas:

“Salmo Bagüal», 1957/1959;

“Solar del Viento”, 1966;

“Tierra que sé”, 1972;

“Al Sur Crece tu Nombre”, 1974;

“Obra Callada» (1974-1986)”, 1994;

“Cancionero del Alto Colorado», 1997;

“Bordona del Otoño/ Palabra de Intemperie”, 1998;

“Hasta Aquí la Canción”, 1999;

“Cuadernos del Rumbeador”, 2001;

“La Lección de la Diuca”, 2003;

“Última Rosa, Última Trinchera”, 2005;

“Un Largo Sortilegio”, 2006;

“Tabla del náufrago”, 2008;

“Pliegos del amanecer”, 2010;

“Porfiada luz”, 2011.

Obra inédita:

“Tiempo Litoral”, (Selección poética 1948-1955);

“¿De quién es el Aire?”, (Notas y ensayos breves 1985-2005);

“El mito en armas o anunciación de Castelli Inca”.

Es autor de numerosas canciones musicalizadas por Reinaldo Labrín, Guillermo Mareque, Delfor Sombra, Lalo Molina, Cacho Arenas, Oscar García, Beto Leguizamón, Guri Jáquez, Raúl Santajuliana, Ernesto del Viso, Juani De Pian, Juan Manuel Santamarina, José Gabriel Santamarina, Luis Wanzo y Mario Díaz, editadas por diversos sellos de Argentina y México. Entre ellas se encuentra la cantata: “Epopeya del Riego” (1990), por solista, conjunto de cámara, recitante y coro.

Han interpretado plásticamente su poesía, entre otros, los artistas María del Carmen Pérez Sola, Luis Trimano, Jorge Sánchez, Marta Arangoa, Raquel Pumilla, Dini Calderón, Alfredo Olivo, René Villanueva, Eugenia Lomazzi, Cristina Prado, Teresita López Lavoine, Paula Rivero, Osmar Sombra y Martín Viñes.

Sus “poemas a voces” “Grito de la Piedra” (1966), “Jornada de los Confines” (1976) y “Bienvenida y Adiós”, han sido interpretados por grupos actorales, con acompañamiento musical, en Santa Rosa y General Pico. La cantata “Epopeya del Riego” se presentó en Santa Rosa, Neuquén y Colonia 25 de Mayo.

A partir de textos suyos referentes a la Crezca Grande del río Colorado (catástrofe sucedida en 1914), musicalizados por Miguel Touceda y demás integrantes de los “Músicos del Galpón” de General Pico, se montó el espectáculo “El Bautista de la Rinconada”, con coreografía del Ballet Municipal de dicha ciudad conducido por Sergio Roldán. Además de General Pico, se presentó en Buenos Aires, Córdoba y Tucumán.

Su obra está incluida en las siguientes antologías, comentarios escritos y grabaciones sonoras: “Suma de Poesía Argentina 1538-1968”, Guillermo Ara, Bs. As., 1970; “40 Años de Poesía Argentina: 1920-1960”, José Isaacson y Carlos E. Urquía, Bs. As., 1964; “Antología de la Poesía Argentina”, Raúl Gustavo Aguirre, Bs. As., 1979; “Generación Poética del 50”, Luis R. Furlán, Bs. As., 1974; “El 60”, Alfredo Andrés, Bs. As., 1969; “Poesía Gauchesca del Siglo XX”, Eduardo Romano, Bs. As., 1977; “Textos Literarios de Autores Pampeanos”, Norma Durango de Martínez Almudévar y Doris Gonzalo de Giles, Santa Rosa, 1986; 2ª edición, 1995; “Este Canto es América”, Héctor David Gatica, Bs. As., 1993; “Cancionero Pampeano”, Dirección Provincial de Cultura, Santa Rosa, 1975; “Cancionero de los Ríos”, Honorable Cámara de Diputados, Santa Rosa, La Pampa, 1985/86. / 2ª edición, 2001; “Raicillas: Músicos y Poetas de La Pampa” (casete), Santa Rosa, 1991; «País de vientre abierto. Poesía Social Argentina de principios del siglo XXI», Vicente Zito Lema y Roberto Goijman, Chubut/Buenos Aires, 2005.

Colabora en publicaciones de La Pampa, Río Negro, Córdoba, Chubut, Santa Fe y Buenos Aires. Es socio fundador de la Asociación Pampeana de Escritores y pertenece a la Asociación de Poetas Argentinos.

Su página en Facebook para más info:

Mate con cáscara de naranja

“¿Cómo que no creeś? Escuchá, no te miento: mate amargo indiferencia; lavado enemistad; dulce amistad; muy dulce habla con mis padres para pedir mi mano; muy caliente: me muero de amor por vos; frío desprecio…”

—¿Con cáscara de naranja? —me interrumpió.

Continuar leyendo «Mate con cáscara de naranja»

Santitos

No suelo promocionar mis libros. No me sale, no está en mí. Creo más en el trabajo silencioso, si es posible constante, premisa que cumplo a medias. Podría enumerar elogios en privado (tu libro ahora ya está en poder de un amigo, porque libros como estos no se quedan en las estanterías. Van en las mochilas, en las carteras, bien apretaditos contra el cuerpo, contra el pecho), me escribió (a propósito de “El porvenir es una ilusión”) un lector  y creo que es un gran destino para lo que uno escribe, la circulación de mano en mano, del boca a boca.

También le temo a las poses o figuras de las y los escritores. A veces me gusta definirme como laburante de la palabra que —de paso— incluye a mi oficio diario de trabajador de prensa.

He perdido la urgencia de publicar, una etapa más en este oficio de escribir y lo único concreto es que leo y leo, comparto algunos textos y de tanto en tanto escribo, mientras demoro el cierre de una nueva novela, acaso con demasiadas voces dispersas.

Hoy me desperté y leí unas generosas palabras sobre “Series y Grietas”, obra editada por Colisión Libros y presentada en la Feria Internacional en Buenos Aires, allá por el 2015. De más está decir que agradezco profundamente el comentario.

Fui al libro y quizás porque la publicación se iniciaba con el calor, me acordé de “Santitos”.
Les dejo el cuento a continuación.
Santitos
El calor era agobiante y acentuaba mi desánimo. Crucé la calle polvorienta y toqué la puerta señalada. Cuatro golpes. Una, dos, tres veces, según la seña sugerida.
 “A mí me ayudó”, había dicho el Roque y se empinaba la botella. —Queda la baba, ¿la querés?, —señaló mostrándome el resto de cerveza. Rechacé el convite, guardé la dirección en mi bolsillo y apoyé la cabeza en el paredón. La vecina de enfrente nos espiaba desde la ventana. Casi todo estaba en su lugar.
 “La extraño”, le confesé y mi amigo me palmeó la espalda. “Andá a ver a la vieja, haceme caso. Te puede dar una mano; yo recuperé a la Negra gracias a ella. Y mirá que es brava la petisa, ¿eh?”. Lo cierto que ahí estaba. Parado frente a una puerta de chapa salpicada con estampitas de santos que no había visto nunca.
—¿Quién es? —dijo la voz apagada.
—Me envía el Roque —musité.
—¿Quién?
—El Roque. Dijo que usted me podía ayudar.
—¿A qué?
—Necesito recuperar a una mujer…
—¿Y qué hiciste? —escuché del otro lado de la puerta.
Miré la chapa oxidada. Parecida a la carta que me jugaba. —¿Me puede abrir, por favor?
—Ella no es de por aquí, ¿No?
—¿Cómo lo sabe?
—Porque sino el Roque no te hubiera mandado —oí que quitaba el pasador de la puerta y la chapa dio lugar a una vieja arrugadísima con el pelo hasta la cintura.
—Pasá, Ramiro.
—¿Cómo supo mi nombre?
No me contestó. Sólo se corrió a un costado, cediéndome el paso.
La habitación estaba en penumbras y me costó unos segundos habituarme a los sahumerios encendidos. Velas y una música coral decoraban el ambiente.
—Sentate —dijo y señaló una pequeña banqueta. Nos quedamos frente a frente. —¿Qué hiciste? No me contestaste la pregunta.
—No preguntarle su nombre, ni cómo ubicarla. No la puedo olvidar.
—¿Dónde la conociste?
—En lo del Kevin. Alta fiesta con el primer sueldo en la fábrica. ¿Lo conoce? Vive contra las bardas, ahí donde se termina la ciudad y uno no sabe si comienza el desierto o qué.
—¿Dónde están las cruces?
—Sí. Esas. Las que crecen con el tiempo y nadie ve o quiere ver.
—Todos le huimos a la muerte.
—Pero esas muertes están hechas de balas y puñaladas, de enfrentamientos que nadie se cree y cuentas sin saldar, siempre perdemos los mismos, ¿sabe?
La vieja me miró. Creí percibir un brillo en sus ojos claros.
—Lo sé. Contame de la chica.
Miré el piso de cemento, cubierto de una pátina blanquecina.
—La verdad, estaba bastante aburrido hasta que la vi. Apareció en la puerta: musculosa blanca, piel morena. Si la lindura era posible, se encontraba ahí. ¿Los ojos? De un negro profundo y un andar que levantaba hasta los muertos. Se acercó y me saludó. Le pregunté quién era. No contestó. Solo sonrió y me tomó la mano. Nos fuimos afuera… el resto se lo imaginará.
—¿Qué pasó después?
—Volvimos por unos tragos. Entonces se inició la batahola y oímos las sirenas. Nos desbandamos y ella desapareció. La busco desde hace días, ya no sé qué hacer.
—¿Has pensado en la posibilidad de que no fuera de por acá?
—Eso ya lo sé. Recorrí toda la barriada y nunca la encontré.
—Justamente —dijo la vieja. —De más allá —agregó señalando hacia las cruces, donde se termina la ciudad y uno no sabe si comienza el desierto o qué.
—No se burle. Además lo que dice no puede ser posible.
—¿Por qué no?
—Porque la sentí, estuvo conmigo.
—¿Y quién te dijo que no pueden sentir?
—Usted me está cargando, déjese de joder.
La vieja se levantó y desapareció por unos instantes. Volvió con un diario amarillento y una estampita.
—Mirá.
Vi la foto y palidecí. La noticia tenía varios meses, un siniestro de tránsito.
—No entiendo.
—No todo se entiende ni puede explicarse.
—¿Cómo sabía que era ella?
—Porque no sos el primero que viene.
—¿Atraparon al tipo? Acá no lo cuentan.
—No lo sé—Se puso de pie y dio por terminada la conversación.
—¿Sabe? No sé si creerle.
La vieja se dirigió a la puerta, me dio la estampita y me miró a los ojos. —Por el pasillo central, cuarta fila, a la derecha. La tercera cruz, por si te animás, tiene esta foto —dijo parada en el marco.
—¿Le debo algo por esto?
—Nada. Le gustan las calas, poné una en tu casa y rezá la oración que está aquí detrás —agregó señalando el papel.
—Yo no creo mucho…
—Pero necesitás seguir adelante —respondió y cerró la puerta.
Salí de allí. El cementerio se veía en la lejanía, contra la barda, donde se termina la ciudad y uno no sabe si comienza el desierto o qué. Recorrí las pocas cuadras que me separaban de él y compré las flores. Pero no me animé a entrar. Necesitaba llegar a casa y ponerlas en agua.

Fondista

Memoria quebradiza, austera, esquiva, que deja escapar imágenes y olores.

Lecturas silenciosas y voraces, la calma de una mañana cualquiera, previa al sofocón de los recuerdos.

Cartas viejas, textos inconclusos, renuentes, el olvido de tu voz.

La maquinaria forzada y altiva de algunas palabras.

Descreimiento de poses y frases. Más lecturas.

Un poema conmovedor de Chantal Maillard: escribir/como quien muerde un rayo/con los brazos en cruz.

Una llanura que todavía conmueve, el país de los tíos, el continente de las flores y el arenal de la memoria.

Arremangarse y sumergirse en el borrador cual fondista al que le faltan pocos kilómetros y sabe que debe llegar o desfallecer en el intento.

Respirar profundo, recuperar aliento, burlarse de las premisas.

Escribir con la persistencia de la memoria y la tiranía de las palabras.

Imagen: Pixabay

La vela

La botella estaba firme en el medio de la calle. Vacía, impune, de madrugada. La seguí con la mirada y pasé a su lado.

Ladridos de perros. El silencio espeso de la muerte.

En casa, restos de una despedida. Pibes y pibas afuera, el vaho irremediable de las flores, la bronca de una muerte clandestina.

¿Fueron ciertos los coágulos, el dolor, la mirada de la enfermera?

Adentro, mamá sollozaba entre hipos, abrazada por su compañero.

Les pedí que dejaran esto atrás. No me escucharon, no tenían por qué.

Mi hermana apretaba el pañuelo verde y encendía una vela junto a mi foto.

Publicado en Plan B Noticias
#AbortoLegalYa, #Pañuelazo

Es posible que no haya nada cierto en este mundo, pero debemos creer en algo

Durante nueve meses un conocido retratista decide recorrer el norte de Japón, luego de separarse de su mujer. Luego de deambular por el país, acepta el ofrecimiento de un amigo y se instala en la casa de su padre, un pintor famoso que está internado y al borde de la demencia.
En aquella casa, el artista descubre un cuadro llamado “La muerte del comendador”, oculto en un desván y desde entonces, una serie de hechos inexplicables comienzan a cruzarse con lo real, y “admitir que en las costuras de la realidad debía de haberse producido un ligero desgarro”.
Y es en ese ligero desgarro cuando aparecen distintos personajes y hasta un enigmático pozo que atrae a los protagonistas que se sumergen en él, para quedar a solas con sus pensamientos, en escenas que remiten a Crónica del Pájaro que da cuerda al mundo. “De vez en cuando necesito hacer cosas de ese tipo. O sea, quedarme encerrado en un lugar oscuro y estrecho, sumergirme en un perfecto silencio”.
Al tiempo que la realidad comienza a desdibujarse en mundos paralelos, el retratista retoma su pasión por la pintura. “Observé durante un rato el rostro que había dibujado casi sin levantar el pincel del lienzo. Me alejé un poco para tener perspectiva sobre el resultado. De momento no era más que un esbozo, pero sus contornos dejaban entrever cierto brote de vida. Quizás era el origen de algo que terminaría por emerger con naturalidad. Sentía como si una mano (me pregunto qué sería en realidad) se alargase para encender un interruptor dentro de mí. Tuve la impresión de que un animal dormido en lo más profundo de mi ser había despertado en el momento preciso y se disponía a salir de su letargo”.
Junto a su pasión por volver a pintar, la realidad convive con personajes, imaginarios y reales. “Siempre me había gustado contemplar, por la mañana temprano, un lienzo en blanco, donde aún no había nada pintado. A ese acto lo llamaba el momento zen del lienzo: no había nada, pero eso no quería decir que estuviera vacío. En la superficie completamente blanca se escondía algo por venir. Al aguzar la vista veía muchas posibilidades que en algún momento se concretarían en algo. Era un momento que siempre me había gustado: el momento en que lo que es real y lo que no lo es se confunden”.
Como en otros libros de Murakami no faltan las alusiones a la música clásica o el rock, en este caso con Bruce Springsteen. O el sumergirse en un país de las metáforas para beber agua y cruzar “un río que separaba la nada del todo… una buena metáfora consigue que aparezcan las posibilidades latentes que hay en todas las cosas. Es lo mismo que sucede con un buen poeta cuando crea escenas nuevas, distintas, en un paisaje conocido. Una buena metáfora puede convertirse en un buen poema, ni que decir tiene. Debe intentar no apartar sus ojos de ese nuevo paisaje”
Y en ese nuevo paisaje los personajes sufren transformaciones, comparten secretos y crean pinturas incompletas, quizás como la vida. También las certezas pierden solidez, adviritendo que “debemos creer en algo”, aferrarnos a lo que nos hace únicos, deleitarnos “en la contemplación de una lluvia suave y silenciosa cayendo sobre la superficie de un lago. Es una lluvia que nunca dejará de caer en mi corazón”, confiesa el protagonista en las páginas finales del libro.
“La muerte del comendador” no defrauda a las y los lectores de Murakami. Obra que reflexiona sobre la práctica del artista y el rol del arte, sostiene la necesidad de cimentar nuestras creencias en un mundo en el que lo real convive con lo imaginario, lo subterráneo, sin límites demasiados precisos y con un pasado que dialoga con el presente para develar algunos secretos.
Publicado también en Plan B Noticias

Al tiempo que ofrecíamos algo recibíamos algo

Recuerdos

Me acordé de pronto de la mano de mi hermana pequeña cuando entramos juntos en una de las cuevas del monte Fuji, y de cómo la agarraba fuertemente en la fría oscuridad. Me acordé de sus dedos pequeños, cálidos pero tremendamente fuertes. Entre nosotros había un evidente intercambio de vida. Al tiempo que ofrecíamos algo recibíamos algo. Era un tipo de intercambio que solo podía producirse en un tiempo y en un lugar limitados. Antes o después disminuiría y desaparecería, pero perduraría en la memoria. Los recuerdos podían reavivar el pasado, y el arte, de ser verdadero, podía sublimar esos recuerdos y ayudar a conservarlos para siempre, como había hecho Van Gogh al insuflar vida a un cartero anónimo de un lugar remoto.

El mundo de las metáforas

Ha bebido agua del río, ¿verdad? —Sí, no podía soportar la sed. —Eso está bien. Es un río que fluye entre la nada y el todo. Una buena metáfora consigue que aparezcan las posibilidades latentes que hay en todas las cosas. Es lo mismo que sucede con un buen poeta cuando crea escenas nuevas, distintas, en un paisaje conocido. Una buena metáfora puede convertirse en un buen poema, ni que decir tiene. Debe intentar no apartar sus ojos de ese nuevo paisaje.

Pintar – Arte

—…A propósito, ¿qué es eso que buscas?
—No sé cómo explicarlo, es algo que perdí en un momento determinado de mi vida y que desde entonces he estado buscando. Es lo que hacemos todos cuando queremos a alguien, ¿no?
—No sé si todos —dijo Masahiko con gesto grave—. Más bien me parece que le ocurre a poca gente, pero si no eres capaz de expresarlo con palabras, ¿por qué no lo plasmas en un cuadro? Al fin y al cabo eres pintor.
—Si no eres capaz de expresarlo con palabras, puedes pintarlo. Decirlo es fácil, pero llevarlo a la práctica no resulta tan sencillo.
—Pero al menos tienes el valor de intentarlo, ¿no?
—Tal vez el capitán Ahab debería haberse dedicado a perseguir sardinas.
Masahiko se rio.
—Desde el punto de vista de la seguridad, tal vez tengas razón, pero no es ahí donde nace el arte.
—¡Déjalo ya! En cuanto sale la palabra «arte» la conversación se termina.
—Creo que deberíamos beber más —dijo Masahiko.
Enseguida volvió a llenar los dos vasos.
—No puedo beber tanto —dije—. Mañana por la mañana trabajo.
—Mañana es mañana y hoy es hoy.
Sus palabras ejercieron sobre mí un extraño poder persuasivo.

(Murakami, Haruki, “La muerte del comendador”, Traducción del japonés de Fernando Cordobés y de Yoko Ogihara, Edición digital. Libro 2)

Anoche terminé el libro. Muy bueno. Para los lectores de Murakami, se roza con «Crónica del pájaro que da cuerda al mundo» y» Kafka en la orilla»: pérdidas, mundos paralelos, metáforas, desapariciones, a las que se le suman reflexiones sobre el arte y la pintura. No faltan las citas musicales y sí los gatos, extrañamente.
Habrá reseña.

Orden en este caos

Allá lejos y hace tiempo Menem indultaba a los militares y en las calles se repudiaba el perdón. Lanata publicaba una tapa en Página/12. Completamente blanca, solo con el título del diario y un «pirulo» donde decía que el pasado no se podía dejar en blanco y borrar de un plumazo.

O algo por el estilo.
Y como no se puede borrar de un plumazo, bien vale la memoria. Estados Unidos (que siempre contó con gobiernos falderos) recordó su política imperialista y auspicia otro golpe de estado, esta vez en Venezuela, tensando posiciones casi irreconciliables y con resultado muy incierto.
Cuba (1952)
Guatemala (1954)
Brasil (1964)
Chile (1973)
Argentina (1976)
Venezuela (2002)
Haití (2004)
Honduras (2009)…
EEUU, patrocinador oficial de golpes de Estado en América Latina desde mediados del siglo XX.

— Rubén Sánchez (@RubenSanchezTW) 23 de enero de 2019

1964 – Río de Janeiro
«Hay nubes sombrías»,
dice Lincoln Gordon:

—Nubes sombrías se ciernen sobre nuestros intereses económicos en Brasil…
El presidente Joao Goulart acaba de anunciar la reforma agraria, la nacionalización de las refinerías de petróleo y el fin de la evasión de capitales; y el embajador de los Estados Unidos, indignado, lo ataca a viva voz. Desde la embajada, paladas de dinero caen sobre los envenenadores de la opinión pública y los militares que preparan el cuartelazo. Se difunde por todos los medios un manifiesto que pide a gritos el golpe de Estado. Hasta el Club de Leones estampa su firma al pie.
Diez años después del suicidio de Vargas, resuenan, multiplicados, los mismos clamores. Políticos y periodistas llaman al uniformado mesías capaz de poner orden en este caos. La televisión difunde películas que muestran muros de Berlín cortando en dos las ciudades brasileñas. Diarios y radios exaltan las virtudes del capital privado, que convierte los desiertos en oasis, y los méritos de las fuerzas armadas, que evitan que los comunistas se roben el agua. La Marcha de la Familia con Dios por la Libertad pide piedad al Cielo, desde las avenidas de las principales ciudades.
El embajador Lincoln Gordon denuncia la conspiración comunista: el estanciero Goulart está traicionando a su clase a la hora de elegir entre los devoradores y los devorados, entre los opinadores y los opinados, entre la libertad del dinero y la libertad de la gente.
(Eduardo Galeano, “El siglo del viento”, Memoria del Fuego 3)
Dos medios argentinos me llamaron hoy para hablar de Venezuela y dejaron de hablarme cuando les dije que soy chavista, entre ellos Mitre y el Canal de la Ciudad. Anoten eso en libertad de expresión, ya total que importa querer pasar por encima a un país lleno de civiles.

— bruno sgarzini (@brunosgarzini) 23 de enero de 2019

Córdoba. 1989. Un profe de Psicoanálisis, en clases de cientos de estudiantes en una universidad pública que hay que bancar a rajatabla, explicaba la noción de inconsciente y citaba estos versos, que acompañaron más de un cuaderno, esos con los que me topo buscando otras cosas.
Tiempo después supe el autor, cuando la psicología quedaba atrás y uno empezaba a arrimarse a las palabras.
Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
(Juan Ramón Jiménez)
Y el que a veces voy a ver y a veces olvido, no puede o no sabe despegar la literatura de lo real. “Toda la literatura que yo escribo es realidad. Porque yo he visto que la realidad -y vuelvo a repetir algo que es muy repetido pero lo repito- la realidad tiene mucha más fantasía que cualquier fantasía, y eso lo he notado. Entonces, describo todas esas fantasías que uno ha vivido”, dijo Osvaldo Bayer en una entrevista, allá por el 2004.

Algo de eso hay. Y en el mientras tanto escribo. O lo intento.