Los veo siempre. Ella más joven, no sé si llega a los veinte años.
Él, unos diez más. Ambos limpian vidrios en la colectora de la ruta.
A pesar de la negativa generalizada no pierden la sonrisa. De tanto en tanto la piba lo llama y le estampa un beso, acaso la energía necesaria para volver a enfrentarse a la jauría de autos polarizados.
La escena es un escándalo de ternura. Casi en punta de pie ella le roza los labios, le cruza los brazos alrededor del cuello y se besan. Nada más importa. Solo el abrazo contra el mundo, un alivio contra la ferocidad y la indiferencia.
Atesoro la imagen. No creo que haya palabras para describirla.
Palmas en la puerta de casa, alguien que pide ayuda en una tarde helada. Y me acordé de este texto.