A tiro de un abrazo

Llegó en la madrugada. Cabizbajo, de herida abierta. Me había escrito unos días antes, si podía pasar unos días en el campo. Hacía años que no lo veía. Desde la muerte de Belén. Y ahí estaba, parado en la tranquera, esperando a pasar. «Te busco en la Terminal». No, prefiero caminar. Te mando un mensaje cuando llegue.

—¿Cómo estás? —saludó.

—Bien, sobrino. Dame un abrazo.

Me apretó fuerte. Olía a huida y revelación.

—Extrañaba esto —oí. Las únicas palabras entre la huella y la llegada al casco de la estancia.

En la cocina, la Rusa había preparado mate y lo esperaba con manteca, dulce y pan, todo casero.

Comió con voracidad. Entonces me di cuento lo flaco que estaba. Dos o tres monosílabos como respuesta a preguntas triviales. Gracias por recibirme, la frase hilvanada.

Por la ventana, nos espiaba el clarear del día, las primeras nubes tornasoladas. El campo no espera. Lo despedí con un abrazo y prometimos vernos al mediodía.

En el almuerzo, dos eran los platos sobre la mesa. —Se acostó apenas te fuiste. —comentó la Rusa.

—Hay cosas que solo las cura un buen sueño.

Se levantó en horas de la tarde y me acompañó a realizar la última recorrida, antes de terminar la jornada.

—Gracias por esto, tío.


Apagué el despertador para no despertar a la Rusa. Entonces, oí los ruidos. Provenían de la cocina.

—Buenos días —saludé. En la mesa, había una notebook prendida, una libreta, algunas anotaciones. Pablo preparaba el mate. Intuí que no era la primera pava. —Vine a recuperar la fe. —dijo y me tendió el jarrito recién preparado.

Iba a preguntarle si la fe tenía que ver con el signo de pregunta enorme, la música que no identifiqué y que susurraba desde el ordenador, pero se adelantó. —Pensaba que la única manera es escribir. Ya no estoy tan seguro.

—Muy buen mate. —elogié.

Asintió con un gesto de cabeza.

—¿Te puedo acompañar? Me gustaría recorrer el campo, tengo que ganarme el pan.

—Sabés que no es necesario.

—Para mí sí, por favor.

Nos fuimos con el clarear de la mañana.

Una semana después, el semblante de Pablo era otro. La notebook seguía sin producir textos, pero yo había aprendido quién era WOS y María Becerra. La Rusa terciaba y le había contagiado su afición por Raly Barrionuevo.

Era domingo cuando pintamos la tranquera. Y lunes cuando decidió irse. En medio, tardes de primavera, cervezas, una reparación necesaria para sus heridas.

En ocasiones alcanza con que sepan que estamos ahí.

A tiro de un abrazo.

4 opiniones en “A tiro de un abrazo”

  1. Diría que siempre. Si no para la cura o sanación definitiva, sí para facilitarla.

    ¡Cómo me gusta leerte! Me sumerjo en la atmósfera, incluso en un texto «de pocas palabras» (lo digo por lo parcos que son conversando, sobre todo Pablo) como éste. Siempre es un placer

    Besos, Horacio

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