Notice: Function _load_textdomain_just_in_time was called incorrectly. Translation loading for the loginizer domain was triggered too early. This is usually an indicator for some code in the plugin or theme running too early. Translations should be loaded at the init action or later. Please see Debugging in WordPress for more information. (This message was added in version 6.7.0.) in /home/letra/domains/conletrapropia.com.ar/public_html/wp-includes/functions.php on line 6114
El frasco de almendras | Con letra propia

El frasco de almendras

El oficial miró a su subordinado, no podía creer lo que estaba oyendo. Dejó que terminara de hablar y contó hasta tres. Por suerte le faltaba poco para jubilarse.

—Usted me está tomando el pelo, ¿No?
—No señor… Bajé a la panadería de Dorita por unas facturas (a propósito, no puede ser más linda esa piba)… y dejé el auto en marcha… entonces sentí una acelerada y cuando me di vuelta, se estaban llevando el móvil…
—¿Cómo le van a robar el patrullero?, ¿Cuánto hace de esto?
—Los tres minutos que tardé en correr hasta acá, señor…
—¿Vio quién era por lo menos?
—Sí… era un masculino… me pareció que era el Nico.
—Ya… Y ahora, ¿a qué vino?
—A poner la denuncia, señor…
¿Es o se hace?… ¿Quiere que se nos caguen de risa en La Capital? Vaya a buscarlo, no creo que ande lejos…
—Pero…
—Pero nada, use la imaginación… ahora le aviso al farmacéutico que su hijo se escapó de nuevo.
El oficial salió de la comisaría y escudriñó la plaza vacía. Más allá del barrendero y el canillita, no vio a nadie. Giró a su izquierda, caminó hasta la esquina y se encontró con el bulevar desierto. Entonces lo vio: subido a la vereda, la puerta abierta, las sirenas encendidas, unas cuadras más adelante. Resopló y corrió hasta el patrullero.
Llegó agitado y sudoroso. El auto estaba en marcha y no había rastros de Nicolás. Dio una vuelta alrededor, apagó el motor y se guardó las llaves. Miró la placa oblonga y oxidada. Helena Valdivia, fonoaudióloga. “Otra vez”, pensó. Saltó la verja de madera, ingresó por la cochera y fue hasta el fondo del patio de la casa abandonada.
—Hola Martínez —lo saludó el joven sin siquiera darse vuelta. Estaba arrodillado, con una mano hurgaba en la tierra negra y con la otra miraba al suelo. “Se secaron las margaritas”, oyó el policía.
El joven se dio vuelta y lo miró. Tenía los ojos vidriosos.
—Pibe… qué me hiciste… ¿otra vez acá?
—¿Vos decís que ella no puede ayudarme?
—Se fue hace un año… Igual tampoco podía…
—¿Por qué no? En el diccionario leí que se ocupaba de trastornos de comunicación.
—…Es que me parece que no se refiere a los tuyos, específicamente.
—No trata con locos, decís…
—No creo que seas loco, ves las cosas de otra manera…
—No sé Martínez… el abuelo dice que se me fritó la mollera…
—Me parece que tu abuelo exagera, todos andamos en nuestro mundo, ¿no te parece?
—Sí, pero de ahí a hablar solo…
—¿Quién no hace cosas raras de tanto en tanto?, Dale pibe, levantate que te llevo a tu casa. Tu viejo debe estar preocupado.
—Martínez…
—Qué…
—La extraño… era hermosa.
—Bienvenido al club del desencuentro.
—¿Del desen qué? Esa no la tengo…
—Cuando dos personas no logran encontrarse, como vos con la doctora. Bah, como muchos, en realidad.
—Martínez…
—Qué…
—Disculpas por llevarme el patrullero.
—No te preocupes, ya tengo una anécdota para mis nietos, aunque primero tenga que conseguirla a la Dorita.
—¿La Dorita? Uh…
—Sí, ya sé, no puede ser más linda esa piba.

II

El hombre sintió el inconfundible siseo de sus pasos contra la vereda y levantó la vista:
—Martínez…
—Qué pibe…
—¿Como anda?
—Bien, ¿vos?
—Mire lo que le traje.
El oficial levantó la vista y lo vio. Traía un frasco y un libro bajo el brazo.
—¿Qué es eso?
—Almendras, con azúcar.
—No entiendo…
—Estaba leyendo a García Márquez. ¿Sabe quién es?
—No, ni idea…
—Me lo regaló mi viejo. Es colombiano creo. Escribe.
—¿Y? sigo sin entender…
—La Dorita, ¿se acuerda?
—Uy, sí, cómo no.
—Bueno, ¿qué me dijo el otro día?, cuando me encontró en lo de la doctora…
—No estoy seguro, pero supongo que tenías que volver a casa.
—Sí… pero además…
—No sé, estaba preocupado por el patrullero.
—Me habló del desencuentro ¿se acuerda?
El oficial asintió.
—Como la doctora y yo… bueno, para eso son las almendras. Mire… escuche, en realidad. Abrió el libro y leyó: “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados” … ¿entiende? Si le lleva estas almendras la va a conquistar… les puse mucha azúcar.
El oficial lo miró. Vio su nariz chata, los ojos rasgados, la cara redonda, la ternura en la mirada.
—Gracias, pibe —contestó y recibió las almendras.
—Lo dejo, Martínez. Vaya y después me cuenta —balbuceó. —Y no me mire así. Ya sé que se me fritó la mollera, como dice el abuelo.
El oficial lo vio alejarse de la comisaría.
III
La mañana languidecía. Un cielo gris amenazaba el horizonte en una planicie que se extendía hasta lo imposible y juntando las nubes con la tierra. ¿Llovería?
Vio el frasco sobre la mesa. La radio seguía con su estática, interrumpida por el pitido del móvil. “Ma, sí”, pensó. Tomó el regalo del pibe y fue a la panadería, la única del caserío, cada vez más cubierto de polvo y abandono. La vio, el guardapolvo cuadriculado y ese botón que se le soltaba en el inicio del escote.
—Hola, Martínez. ¿Qué necesita?
Cruzaron miradas y él miró su frasco con almendras azucaradas. —¿Leyó a García Márquez?
—¿A quién?
—Es un escritor, creo que no es de acá.
—Mire, Martínez, lo último que leí, fue la receta que le llevé al farmacéutico. A propósito, con los precios de los remedios, entiendo por qué la gente se muere.
Él sonrió.
—Bueno, dígame qué quiere.
—Tome, son para usted.
—¿Para mí? ¿Por qué?
Sintió la transpiración en la palma de la mano. Era ahora o nunca.
—En realidad… fue idea del pibe, de Nicolás.
—¿El opa? Usted también, ¿Por qué le hace caso? Es un amor, pero está loco de remate.
—No crea, eh.
—Bueno, dígame a qué vino. ¿Para qué me va trae esas almendras? Ni siquiera sabe si me gustan.
—No me diga que no le gustan…
Dorita vio el miedo en sus ojos y reprimió una sonrisa.
—Bueno… sí me gustan. Pero todavía no entiendo, como regalo no es muy usual.
—Tienen azúcar, desengualichan a los amores contrariados… Algo así dice el colombiano ése que le nombré… O el Nico, ya no sé…
—Martínez, ¿me está invitando a salir?
—Bueno, si lo quiere ver así… Sí.
—¿Y por qué no lo dijo antes? Mire que es complicado, ¿eh? ¿Qué hace parado ahí?, Me va a convidar una?
El oficial abrió el frasco. Ella lo miró y cierto resplandor le brilló en la mirada. —Exquisitas…
—¿Vio? Tenía razón el pibe…
—Cierro en un rato. ¿Nos vemos en la plaza?
—Allí la espero —dijo Martínez. 
Un texto ya escrito, con leves modificaciones.
Imagen: Pixabay

5 opiniones en “El frasco de almendras”

  1. Qué delicia de texto!!
    Me gusta los textos de otros autores que eliges para traer acá, me gustan tus reseñas, pero por encima de todo me gusta cómo escribes. Este relato es sencillamente delicioso: la historia, los personajes, el paisaje… Gracias, Horacio
    Ah, y me encanta eso de "desengualichan a los amores contrariados". Creo que podría hacerme un mantra con esa frase 😉

    Un beso grande

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *