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Septiembre lejano | Con letra propia

El monte y el río

En mi patria hay un monte.
En mi patria hay un río.

Ven conmigo.

La noche al monte sube.
El hambre baja al río.

Ven conmigo.

Quiénes son los que sufren?
No sé, pero son míos.

Ven conmigo.

No sé, pero me llaman
y me dicen: «Sufrimos».

Ven conmigo.

Y me dicen: «Tu pueblo,
tu pueblo desdichado,
entre el monte y el río,
con hambre y con dolores,
no quiere luchar solo,
te está esperando, amigo».

Oh tú, la que yo amo,
pequeña, grano rojo
de trigo,
será dura la lucha,
la vida será dura,
pero vendrás conmigo.

Del libro Los versos del capitán, de Pablo Neruda.

Muda victoria

Pink Floyd por los auriculares. The Final Cut en repetición continua.

Caminar dejándose llevar, con pensamientos que oscilan entre el lado de acá y el lado de allá. Tablón de por medio, como los personajes de Rayuela.

En algunas de esas caminatas escribirte. O imaginarme hacerlo. Caminar sin necesidad de hogar, la sensación de no ser de ningún lado, de extrañeza ante un mundo que continúa siendo un misterio.

Enterrar sentimientos, por supuesto. No vaya a ser que.

Algo que se atora en la garganta y que no sale. Ni siquiera con palabras.

Una camisa escocesa, los primeros (malos) versos, control de daños para la respiración de los días.

Así resistía. Muda victoria contra las sombras y las faltas.

La Enterprise

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Jugábamos a explorar el espacio. Estacas de madera en la tierra eran el puente de mando de la Enterprise y la llanura el espacio infinito, al ras de la tierra.

O decapitábamos cardos, cual Conan el Bárbaro.

No faltaban (la búsqueda de) ovnis, los juegos clásicos: escondida, ladrones y policías, el fútbol con piedras como arcos y dudosos tiros en los postes, cuando convenía.

El barrio estaba en el fin del mundo, en el borde del campo y la ciudad. Atardecía, cuando se asomaban los relatos de aparecidos y las sombras eran portales a lo desconocido.

Una oveja de mascota

De aquel septiembre lejano, una casa en ele, tres habitaciones, una gran galería y la cocina. Dormir bajo techos altísimos. Una mañana de juegos. Soldaditos en una mesa con un hule con flores.

Una oveja de mascota, por lo menos hasta que fue al matadero. Aunque siempre lo hayan negado. O uno repone y solo fue al campo, con el resto de las ovejas. Ingenuo.

Era un perrito con lana y balidos que correteaba en el patio. Debo el nombre.

Tostadas

Repongo el olor del pan tostado en un frío amanecer de invierno. Todavía está oscuro. Las voces tranquilas, una charla bajo el lujo de la casa propia y al amparo de la intemperie.

Sorprenderme con las primeras luces, las hornallas de la cocina prendida y los primeros leños en la salamandra.

Ella hablaba con mamá. Su alivio porque X’ consiguió trabajo.

Preguntarme si aquello era todo: formarse, trabajar, crecer. Tábano molesto que ya podía percibir antes de ingresar al secundario. Los años y el afianzar un sentido a lo cotidiano, con la esperanza de pactar para vivir contra las prisas a la nada.

La escritura para asir lo que se escurre entre los dedos, como el aire que respiras.

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