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Don Bravo se despertó con las primeras luces del alba. Se calzó las bombachas, las alpargatas de yute, la boina negra y salió del rancho. A unos metros, lo esperaba la casilla del baño con techo a las estrellas.
El mugido resonó en la lejanía. Cumplimentados los primeros menesteres, fue a mojarse la cara en la palangana, levantó la vista y el trozo de espejo que colgaba de la pared de su ruca, como le dijo alguna vez su amigo cona, devolvió las arrugas como surcos de arado a medio terminar y una incipiente barba.
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