El mundo estaba lleno de cosas con las que no podía reconciliarse.
El cuerpo de un indigente hallado muerto en el banco de una plaza bajo varias capas de papel de periódico un día claro de primavera; los ojos apagados de la gente que viaja en el metro a última hora de la noche, mirando hacia otro lado mientras se rozan sus hombros sudorosos; el interminable desfile de coches sobre la autopista, con las luces rojas de los faros traseros encendidas un día de tormenta; los días que se suceden uno tras otro, arañados por miles de afilados patines de hielo; los cuerpos, que se desmoronan tan fácilmente; el intercambio de bromas tontas y endebles que se dicen para hacernos olvidar todo eso; las palabras que escribimos con fuerza sobre el papel para que nada quede en el olvido; y la fetidez que emana de esas palabras como espuma putrefacta.
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