Caminaba la ciudad de noche, con el disco que en reproducción continua. Recorría la Avenida Spinetto de madrugada, rumbo a casa, bajo el frío del invierno y mientras la ciudad dormía.
“Sur” era la poesía hecha cine y Piazzolla la revelación. “No ves que vivo en un país, que está de olvido, siempre gris”, cantaba Goyeneche.
Mi primer trabajo registrado, en horario nocturno, con francos semanales. Uno, en realidad. La extrañeza de trabajar los fines de semana primero, la costumbre después.
Cuando pude me compré un equipo de música, “La mosca y la sopa”, en CD. “Pasó de moda el Golfo, como todo, ¿viste vos? como tanta otra tristeza a la que te acostumbrás”. Y “El amor después del amor”, recién salido del horno.
Caminar la ciudad fue siempre una costumbre. Y de una u otra manera terminaba en la estación de tren, abandonada, la que mira a las salas necrológicas, te regalo la metáfora. Podía pasarme un buen rato mirando los durmientes cubiertos de yuyos, esperando algo que no llegaba, acompañado de la falta y con la música para mantener a raya al pesimismo.
Pasaron los años, la estación es un espacio más agradable y la música me sigue acompañando, aunque quizás debiera renovar algunos discos. Piazzolla no, por supuesto.
