Caminaba la ciudad de noche, con el disco que en reproducción continua. Recorría la Avenida Spinetto de madrugada, rumbo a casa, bajo el frío del invierno y mientras la ciudad dormía.
Eran tiempos parecidos a estos, con la diferencia que había cierta estabilidad económica. Pero se repetían la hipocresía y las mentiras, el cinismo, las complicidades, crecían los silencios y los despojados que el neoliberalismo dejaba en las calles.
“Sur” era la poesía hecha cine y Piazzolla la revelación. “No ves que vivo en un país, que está de olvido, siempre gris”, cantaba Goyeneche.
Mi primer trabajo registrado, en horario nocturno, con francos semanales. Uno, en realidad. La extrañeza de trabajar los fines de semana primero, la costumbre después.
Cuando pude me compré un equipo de música, “La mosca y la sopa”, en CD. “Pasó de moda el Golfo, como todo, ¿viste vos? como tanta otra tristeza a la que te acostumbrás”. Y “El amor después del amor”, recién salido del horno.
Caminar la ciudad fue siempre una costumbre. Y de una u otra manera terminaba en la estación de tren, abandonada, la que mira a las salas necrológicas, te regalo la metáfora. Podía pasarme un buen rato mirando los durmientes cubiertos de yuyos, esperando algo que no llegaba, acompañado de la falta y con la música para mantener a raya al pesimismo.
Pasaron los años, la estación es un espacio más agradable y la música me sigue acompañando, aunque quizás debiera renovar algunos discos. Piazzolla no, por supuesto.
“Sur” era la poesía hecha cine y Piazzolla la revelación. “No ves que vivo en un país, que está de olvido, siempre gris”, cantaba Goyeneche.
Mi primer trabajo registrado, en horario nocturno, con francos semanales. Uno, en realidad. La extrañeza de trabajar los fines de semana primero, la costumbre después.
Cuando pude me compré un equipo de música, “La mosca y la sopa”, en CD. “Pasó de moda el Golfo, como todo, ¿viste vos? como tanta otra tristeza a la que te acostumbrás”. Y “El amor después del amor”, recién salido del horno.
Caminar la ciudad fue siempre una costumbre. Y de una u otra manera terminaba en la estación de tren, abandonada, la que mira a las salas necrológicas, te regalo la metáfora. Podía pasarme un buen rato mirando los durmientes cubiertos de yuyos, esperando algo que no llegaba, acompañado de la falta y con la música para mantener a raya al pesimismo.
Pasaron los años, la estación es un espacio más agradable y la música me sigue acompañando, aunque quizás debiera renovar algunos discos. Piazzolla no, por supuesto.
un relato con sabor a nostalgia y tango , una estación como las otras del ánimo que no siempre saben locación exacta
buen finde Horacio
Cuánta melancolía!!! Te leía mientras escuchaba la música, e imaginaba ese caminar por la ciudad con los pasos arrastrados, sintiendo el peso no sólo del cuerpo, sino de la vida. Y ya en la estación, más melancolía. Tal vez porque eso me inspiran las estaciones, sobre todo las de tren. En un pasado cada vez más lejano eran ilusión, futuro, aventura, reencuentro… Ya no.
A la belleza de tus palabras siempre se suma mucha emoción. Gracias
Un beso
El neoliberalismo va a acabar con todos nosotros.
Ellos cada vez más ricos y los demás que se pudran.
Me has hecho recordar una época en la que yo trabajaba de noches y también iba en coche atravesando la ciudad vacía…
Saludos.