La forma de la mano

Francis Scort Fitzgerald, Gienn Gouid, Alejandro Magno, Marilyn Monroe, Leonardo Da Vinci, Ringo Starr, Rafael, Harpo Marx, Guillermo Vilas, Napoleón, Albert Einsstein, Lenny Bruce, Cole Porter, Iggy Pop, Carlomagno Judy Garland, Pablo Picasso, Charles Chaplin, Kurt Cobain, Diego Armando Maradona, Dick Van Dyke, Atahualpa Yupanqui, Peter O’Toole, Paul McCartney, Lewis Carrol, la inflamable Juana de Arco y la lista continúa hasta alcanzarlo a usted. Fueron y son miembros de una minoría. Una de las últimas minorías de la sociedad. Una minoría que se las arregla para sobrevivir sin ninguna organización, sin ningún tipo de poder colectivo, sin objetivos claros ni sentido real de la identidad común.

Tijeras, cuadernos, instrumentos de cuerdas, chequeras, ojales y botones, palos de golf, teclados varios, agendas, manijas, escaleras, video-games, pupitres, palancas de cambios, libros que siempre se hojean de atrás para adelante y revelan su final son algunos de sus enemigos.

Porque son zurdos.

O siniestros, como les gusta decir a los diestros, que son mayoría y han ordenado el mundo a su antojo y comodidad.

Dios y Jesucristo son diestros.

Siempre lo fueron. Alcanza con mirar los cuadros: bendiciones y condenas con la diestra en alto. El débil Adán es zurdo en los techos restaurados de la Capilla Sixtina por designio del zurdo Miguel Angel, El Diablo, por su parte, siempre se presenta en eterna caída lanzando maldiciones a siniestra y siniestra con su mano siniestra.

Nada cambió con el correr de los siglos. Pitágoras recomendaba a sus discípulos entrar a los lugares sagrados “siempre por el lado derecho, que es divino, y abandonarlos por el izquierdo, que representa lo disoluto”. Aristóteles fue aun más claro. “Lo bueno está a la derecha y lo malo a la izquierda”, aseguró.

Siguiendo esta autoritaria línea divisoria, del lado izquierdo aparecen: todas las prostitutas de la antigua Roma, Jack el Destripador, los más hábiles pistoleros del Far West, el Estrangulador de Boston, el eficiente gángster John Dillinger, gran parte de los alcohólicos, la gente que se hace pis en la cama a edad avanzada, el siniestro novio de toda hija quinceañera, Ronald Reagan, los fracasados exitosos, los tartamudos. Todos ellos solían ser y son zurdos, más allá de la lista de celebridades antes mencionada.

En Light Sleeper —film de Paul Schrader— el protagonista Williem Dafoe distrae el insomnio escribiendo su diario y construyendo una lista de gente zurda. Forma no recuerda ahora —no se fijó en su momento— si el personaje de Dafoe escribía con la mano izquierda. Es posible que así fuera, ya que practicaba con cierto orgullo zen la profesión de dealer de drogas más o menos duras.

Una cosa es segura: la mano izquierda de un ladrón o un asesino debidamente momificada funciona como llave liberadora de poderes singulares. Se entra en casas y en dormitorios de vírgenes. Se decodifican contraseñas y combinaciones. Se sumerge a segundos y terceros en sólidos trances hipnóticos o —mejor aún— vuelven invisible al portador de la reliquia conocida como Mano de Gloria con sólo recitar la siguiente oración antes del crimen: “Haz que los que descansan duerman más profundamente, haz que los despiertos en vela permanezcan. Oh, Mano de Gloria, derrama tu luz; dirígenos a nuestro botín esta noche”. Amén.

No importa que el número de escritores zurdos se haya duplicado durante la última década. La explicación es bastante obvia, después de todo, y alcanza tanto a banqueros y cirujanos como a escritores. Hoy, las maestras ya no atan al pupitre la mano izquierda de sus alumnos zurdos, y los padres ya no aterrorizan a sus hijos siniestros con historias más siniestras todavía acerca de las desgracias que acarrea haber optado por la mano equivocada. Zurdo sigue siendo una mala palabra, aunque la izquierda ya no sea lo que era.

En ruso, por ejemplo, equivale a “poco confiable”.

En inglés, la vieja expresión cack-handed significa, sí, mano de caca. La más moderna left o leftie sirve también para señalar “aquello que sobra” o los indeseables restos de una comida. La superstición popular asegura que conocer a un zurdo en cualquier día de la semana —con la excepción del martes— trae muy mala suerte.

Martes —o Tuesday— es el único momento donde los siniestros pueden permitirse la destreza de ser más o menos nobles. Tuesday equivale a Tiw’s Day —el día de Tiw— y Tiw es el dios zurdo de los escandinavos.

Así, en algunas partes del planeta todavía sobreviven escuelas de pensamiento siniestro. Así, los pájaros que vuelan hacia la izquierda representan mal agüero.

Un escozor persistente en la palma, por lo contrario, puede llegar a traducirse como buena fortuna en camino. Forma recuerda ahora el barrancón de un circo austral, la tienda escarlata de la adivina, la cruz de plata que le trazó en su mano izquierda antes de leerle la vida y la sonrisa piadosa sin dientes de la vieja cuando Forma le mostró la mano que utilizaba peda escribir, la mano que utilizaba para borrar, la mano condenada que —aun así— tantos placeres había aprisionado entre sus dedos.

¿Qué han hecho los zurdos para, merecer esto? Misterio.

Lo cierto es que, más de dos millones de años atrás, alguien caminaba por las planicies africanas. Una criatura simiesca de cerebro pequeño y baja estatura. Australopithecus. Un momento: este proyecto de homo-sapiens sostiene algo, un hueso de antílope. Y lo sostiene con su diestra. La mano con que procederá a golpear el cráneo de un igual, cuyo único pecado fue el de aparrar el hueso de antílope con la mano equivocada.

Sépanlo: el Universo todo —así como gran parte de las especies conocidas— es diestro.

Los relojes, las galaxias, los electrones, incluso los genes del ADN giran hacia a la derecha.

Mírenlos girar.

Mírenlos. Son subversivos resignarlos en nn sistema que no los comprende porque fue pensado para otro tipo de personas.

James De Kay —especialista en el tema— explica: “Los zurdos tienen la enervante costumbre de pensar elípticamente mientras que los diestros lo hacen en línea recta. El tren de acción de un zurdo que se propone viajar de A a B va a pasar por Z antes de arribar a destino. Los zurdos piensan de manera tortuosa, poco elegante y —detalle importante— sin lógica alguna”.

Esta divertida aunque dudosa generalización ayuda a explicar el porqué de tantos artistas y dementes zurdos.

Los historiadores barajan incluso la posibilidad de que —otra vez De Kay— existan “…épocas zurdas. El Renacimiento, por ejemplo. Y junto con las artes crecen las guerras, los asesinatos, las confabulaciones y siniestros varios”.

Por otra parte, una reciente encuesta concluyó que los zurdos —el siniestro novio de toda hija quinceañera incluido— son mejores y, sí, más imaginativos amantes que los diestros, tal vez por aquello de pasar por Z antes de llegar a B.

Los mismos historiadores y especialistas de antes coinciden en que cada vez hay más zurdos.

Lo que llevará, en apenas un par de siglos, a una total reformulación de lo conocido.

Se rediseñarán ciertos objetos. Forma será parte de una mayoría triunfante y dejará que Amnesty International, se ocupe de esos pobres tontos que se quejan con la mano derecha.

Y el Universo girará a la izquierda.

Y Dios será zurdo.

En el último episodio Forma se había resignado a la idea de que Dios y el ADN son diestros y que todas y cada una de las partes del universo giran hacia la derecha. Lo que lo coloca a él y a ellos, los zurdos, en una situación particularmente incómoda.

Viven y se mueven en permanente batalla contra un orden que no sólo ignora sus necesidades básicas sino que también se burla de sus particularidades: “Contrate un zurdo; es divertido verlos escribir”, decía un prendedor con el que Forma se cruzó el otro día.

Así están las cosas: una de cada diez personas es zurda, la mayoría de los zurdos pertenecen al sexo masculino y no se admiten devoluciones una vez que se ha retirado de la ventanilla.

El Dr. Ben Spock —ultra permisivo pediatra de pediatras y responsable indirecto de más de algún asesino serial suelto por allí— recomienda desalentar todo principio de izquierdismo. Pero aun así, las apasionadas madres dispuestas a convertir zurdos en diestros mediante sistemas represivos están advertidas: su hijo tendrá altas posibilidades de convertirse en un rematado idiota y, después de todo, nadie se muere por no sacar nunca la sortija —siempre a la derecha del caballo de madera— en la maldita calesita del barrio.

Y aquí vienen marchando las nunca bien todo bien ponderadas conclusiones psicoanalíticas, listas para sumarse a toneladas de difamante papel impreso: los zurdos son testarudos, hipersensibles, impulsivos y —por lo general— una verdadera vergüenza para sus familias.

Del otro lado del preconcepto se ubican las palabras del neurocirujano Joseph Bogan: “Los diestros son como un ejército de soldaditos de plomo. Al ver uno se los ha visto a tocios. Los zurdos, en cambio, son un asunto completamente distinto”.

Así —a diestra y siniestra— se acumulan versiones, desmentidos y la espada zurda de Juana de Arco se funde con la apasionada apología de la mano izquierda escrita por Benjamín Franklin o con la primera página de las memorias de Evelyn Waugh, donde puede leerse que “Sir Osbert Sit-well dedicó su gran autobiografía a la mano izquierda. Que, por reputación, revela las características heredadas en el instante de nuestro nacimiento, mientras que la diestra será la encargada de abarcar las experiencias y logros de las vidas por venir. En la infancia nos guía la mano izquierda; en la adultez parecemos completamente diestros, controlamos nuestro destino en su totalidad; entonces, con el pasar de los años, recuperamos ciertos gestos de aquellos días lejanos cuando todos éramos zurdos”.

Forma no está del todo seguro de haber entendido los aspectos científicos del fenómeno pero aun así —zurdo, después de todo, y pasando por Z antes de llegar a B— intentará aquí una siniestra aproximación al fenómeno que hoy lo atormenta.

Lo más cercano a la verdad —casi siempre ocurre— se esconde en las pocas transitadas carreteras de los dos hemisferios del cerebro.

El primero se ocupa de lo motriz y el segundo de ¡o exclusivamente “sensorial”.

El primero es reflexivo; el segundo es el que se limita a observar.

El primero planifica; el segundo improvisa.

El primero es el hemisferio derecho y el segundo, obvio, es el hemisferio izquierdo.

Como consecuencia de puntos de vista tan disímiles, los dos hemisferios se la pasan compitiendo hasta que uno gana. En contadas ocasiones el vencedor es el lado izquierdo.

Y es entonces cuando empiezan los problemas antes mencionados. La batalla es tan cruenta que —de acuerdo con los últimos despachos— los científicos comienzan a juguetear con la idea de dos cerebros diferentes funcionando en poco comprometido tándem.

Los especialistas Levy y Nagilaky llegan todavía más lejos al proponer la lateralización del cerebro como factor determinante junto al trabajo de dos genes en frágil interacción, cada uno de ellos funcionando con dos formas posibles de expresión.

Un gen —piensan— determinará cuál de los dos hemisferios controlará el habla. El otro gen elegirá la mano a dominar, y así hasta llenar todos los casilleros; con lo que la teoría del entrecruzamiento de información se pierde por la más gloriosa de las alcantarillas teóricas.

Llegado a este punto es cuando surgen grupos de fractura que definen todo el asunto como bla-bla-bia imposible de comprobar. Teorías que optan por despreciar el rol protagónico del cerebro y aseguran que la pura verdad está en los estímulos recibidos por el recién nacido, y a otra cosa.

Todo hace pensar que la certeza se encuentra lejos de ser iluminada. Cuesta comprender todo esto. Lo cierto es que Forma todavía no sabe atarse los cordones de sus zapatos.

Mientras tanto, la mayoría de los astronautas son zurdos y la mayoría .de los zurdos incurren en actitudes lamentables a la hora de pronunciar;

La historia continúa, con los zurdos complaciéndose y consolándose en el recuento de situaciones injustas y de divertidas venganzas porque, de acuerdo, llegada la Edad de Bronce todas las herramientas eran diestras pero hasta hoy los mejores tenistas de la historia son zurdos.

Así, el clan escocés y zurdo de los Kerr venció a sus enemigos construyendo, en el interior de su castillo, escaleras zurdas y esperando en el piso de arriba a los desorientados invasores. Lo que no impidió que siglos más tarde, el presidente zurdo Gerald Ford cayera siempre cayera rodando por las ambidextras escaleras del Air Forcé

La clave para los zurdos está en aguantar con estoicismo sabiendo que, al morir, el diestro parque de diversiones celestial de un Dios diestro les estará negado de antemano. Por eso pecan con sonrisa siniestra; de ahí tantos nombres siniestros haciendo lo suyo con la zarpa equivocada a la hora correcta.

Apenas les estará permitida la redención terrena de pasar los últimos años de sus siniestras existencias en Left Hand, West Virginia, USA, cuatrocientos cincuenta habitantes v todos y cada uno de ellos un zurde feliz y diferente.

Las tardes en Left Hand, dicen, son largas y frescas y a nadie le importa que uno vaya con los cordones desatados.

Las agujas del reloj caminan al revés en Left Hand y todos los martes se honra la gloria y la memoria del Gran Tiw.

Allá será feliz, piensa Forma.

Al fondo y a la izquierda.

Trabajos Manuales “es una colección de relatos unidos por el tenue hilo de un personaje-idea, Forma, que nos zarandea de una realidad a una ficción en una alocada carrera contra la estupidez y la uniformidad complaciente. La sucesión de mini-ensayos y relatos tiene como punto de mira el ridículo y deshumanizante mundo paralelo al cual nos sometemos todos en algún momento”–Handbook of Latin American Studies, v. 58.

Sobre Trabajos Manuales, de Rodrigo Fresán

Un libro con tantas entradas como salidas. Una galaxia donde las ideas se asocian libremente, por el puro placer de hacerlo. Un laberinto feliz donde la ficción y la realidad se pierden y se encuentran, con más caras que en la tapa del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Un territorio donde coexisten las playas de Canciones Tristes y los callejones de Waco y Casablanca; la soledad de un pianista llamado Glenn Gould y las multitudes de los shoppingcenters; la persecución a los zurdos y el odio a los teléfonos y a las fotos; el amor a la muerte y la muerte por amor; el cambiante misterio de las Cuatro Estaciones y la ambigua conducta de los Cuatro Elementos; la mala suerte de Alejo y el Pánico de la Huida Considerada del Aprendiz de Brujo.

Trabajos manuales asedia, persigue y finalmente acorrala, a través de relatos relámpago y ensayos súbitos, la particular visión de un mundo que es otro pero está en éste.

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