Hoy pude escuchar de nuevo aquellos discos. Sin que doliera o por lo menos sin que el dolor acongojara el pecho.
Las preguntas imposibles revolotean, las respuestas no. Quizás nunca aparezcan.
La congoja parece esfumarse. Ahora queda el nudo atorado, el que dificulta la respiración, de a ratos.
Allá el río, su corriente, el arrastre de los recuerdos.
Acá mis piernas cruzadas y el viento sobre la cara, rodeado de adolescentes , arrumacos y carcajadas.
Primavera a pleno. Destellos en mi oscuridad.
Harapos que revisan tachos de basura.
El lujo —caro— de mi tristeza.
El cielo rojo tras las bardas.
Una lata vacía. Voy por otra.
Salud.
A tu desmemoria.
Categoría: Mis textos
Tengo toda la escritura por delante
«Escribir fragmentos, escribir notas en una libreta al vuelo de los días, es lo que más se acerca a una escritura que no sabe que miente. Luego, cuando se reelabora, se crean los subterfugios y establecen las maneras de no decir o no decir del todo. Pero aquí, en esta libreta negra, todavía no sé lo que no me permitiría confesar. No importa si lo que digo es cierto. Ni siquiera hace falta saberlo. No sé lo que pasará mañana. No sé lo que escribiré después. Tengo toda la escritura por delante.»
Pasan los colectivos amarillos y el mío que no llega.
La música en la estación
Caminaba la ciudad de noche, con el disco que en reproducción continua. Recorría la Avenida Spinetto de madrugada, rumbo a casa, bajo el frío del invierno y mientras la ciudad dormía.
“Sur” era la poesía hecha cine y Piazzolla la revelación. “No ves que vivo en un país, que está de olvido, siempre gris”, cantaba Goyeneche.
Mi primer trabajo registrado, en horario nocturno, con francos semanales. Uno, en realidad. La extrañeza de trabajar los fines de semana primero, la costumbre después.
Cuando pude me compré un equipo de música, “La mosca y la sopa”, en CD. “Pasó de moda el Golfo, como todo, ¿viste vos? como tanta otra tristeza a la que te acostumbrás”. Y “El amor después del amor”, recién salido del horno.
Caminar la ciudad fue siempre una costumbre. Y de una u otra manera terminaba en la estación de tren, abandonada, la que mira a las salas necrológicas, te regalo la metáfora. Podía pasarme un buen rato mirando los durmientes cubiertos de yuyos, esperando algo que no llegaba, acompañado de la falta y con la música para mantener a raya al pesimismo.
Pasaron los años, la estación es un espacio más agradable y la música me sigue acompañando, aunque quizás debiera renovar algunos discos. Piazzolla no, por supuesto.
Palabras cansadas
Las palabras están cansadas. Agotadas de que las nombren en vano, hartas de la hipocresía, los ninguneos y los ninguneados.
Diario desatendido
Y todo empezó con un correo electrónico, sobre confirmación para “seguir recibiendo notificaciones cuando se publiquen nuevos comentarios en el blog Con letra propia”.
De ahí a reflotar el espacio, la decisión que fue tomando forma. Fue mi primer refugio, allá a fines del 2009. Lugar donde conocí a personas que escriben. Algunas lo siguen haciendo. Otras no. Antes de que Facebook se lo comiera todo. Habría que hacer un espacio virtual para los blogs olvidados, una suerte de cementerio virtual.
En lo personal, estamos de nuevo. Con el primer amor. El único canal de comunicación, una suerte de diario desatendido, de notas contra la hipocresía de los tiempos actuales.
En este sentido “Alivio contra la ferocidad”, va tomando forma. Textos urgentes que trabajo sin prisas y con pausas, tan diferentes al sueño de anoche, donde el relato fluía entre los dedos, se escurría entre el teclado y avanzaba imparable a una resolución.
En la realidad, la página en blanco se muere de risa mientras retengo la respiración y las palabras pugnan por salir.
Alguien golpea las manos. No es buen tiempo para vender autos, pero lo escucho. “El precio de la cuota lo ponés vos”, dice. Acepto la publicidad. “Gracias por escucharme”, agradece a modo de despedida.
El aroma de las remolachas hervidas y el zapallo inundan la casa y se mezclan con la confusión de la página que sigue en blanco, obvio.
No puedo recordar el sueño, pero la sensación de que el texto fluía sigue presente. Y me aferro a ella mientras las primeras gotas mojan el patio y la gata duerme en el sillón. Ronca. Mi envidia absoluta.
