Los saldos de septiembre

Miles Davis, So what, de fondo.

Shushu que me mira desde la silla. Parece gustarle. Cierra los ojos. Pocas veces la oí ronronear.

Últimamente, me aferro a la poesía. Para exorcizar, para espantar el pesimismo. Busco en los versos el silencio que la narrativa impone.

No sé si llegaré a buen puerto, pero lo intento.

Hace tiempo que las palabras me esquivan. De nada sirve echar mano a viejas recetas.

¿Son los versos piedras para derrumbar un bloqueo?

Decididamente, le gusta Davis. Apoya el hocico contra el almohadón. No sé cómo hace para respirar, pero lo logra. Como si me escuchara, levanta la cabeza y comienza a lavarse.

¿Brisas?, varias.

El recital de Susy Shock: «Lo que venga, llámese como se llame, no puede estar exento de una espiritualidad que nos ponga en otros órdenes nuevos, en otras armonías nuevas… Somos un país, dimos vuelta un país, mirá si no lo vamos a reconstruir mejor todavía».

«El ejercicio furioso de no olvidar», también anoté.

La imponente marcha por la educación pública, bajo la lluvia, para dotarle una épica.

Reencuentros en la Feria del Libro.

Los saldos de septiembre.

Te deshacías con mayor facilidad

«…y en algún momento te escribí algo que terminaba ¿podremos sobrevivir al olvido? y tuve un presentimiento que me dejó desnuda: apenas me quedaban aquellos recuerdos que todos tienen —una fiesta, una noche de verano caminando interminablemente— , los más fáciles de recordar. Tal vez quede eso para siempre porque el resto es un hueco negro que se extiende y se ensancha con los bordes rojizos, como un collar de brasas minúsculas que te comen los ojos y la boca y ya no solo desaparece tu sonrisa sino que vas desapareciendo vos. Desde anoche te deshacías con mayor facilidad, tan rápido».

Sylvia Iparraguirre en «Lejos de Buenos Aires», en «Cuentos reunidos», edición digital.

Cuerpos

Cuerpos. Desmembrados, enterrados, devorados, fusilados, desangrados.

Cuerpos en el río de la Plata.

Cuerpo de baile y cuerpos bailados, la danza de los cuerpos, las memorias que el cuerpo guarda.

Cuerpos pintados, pañuelos verdes que gritan no morir en quirófanos sucios.

La hipocresía de otros cuerpos.

Poner el cuerpo, escribir con el cuerpo*. Cuerpos de palabras.

Las palabras y el pulso.

La escritura.

Atisbos para no acostumbrarse a la ferocidad.

* Clarice Lispector, en “La hora de la estrella”.

La poesía acude como un regalo

«¿Por qué la poesía siempre me parece un trabajo del alma mucho más real que la prosa? Nunca me siento exultante tras escribir una página en prosa, por muy buena que sea y muy concentrado que haya sido mi empeño, y por mucho que la imaginación, como en el caso de las novelas, se haya comprometido en el proceso.

Tal vez se deba a que la prosa es aprendida y la poesía, dada. Ambas pueden ser revisadas casi indefinidamente. No quiero decir con esto, que no trabaje al escribir poesía. Cuando estoy realmente inspirada, puedo escribir cien borradores de un mismo poema y mantener el entusiasmo. Sin embargo, esa batalla sostenida solo es posible cuando me hallo en un estado de gracia, cuando los canales más profundos están abiertos, cuando estos y yo nos encontramos en un hondo movimiento en equilibrio. Entonces, la poesía acude como regalo de unos poderes que sobrepasan mi voluntad.

Muchas veces he pensado que, si prolongara indefinidamente este solitario confinamiento, y supiera que nadie iba a leer cuanto he escrito, seguiría escribiendo poesía, pero ya no escribiría novelas. ¿Por qué? Quizás porque el poema es, de una forma primigenia, un diálogo con el yo, mientras que la novela es un diálogo con otros. Ambos proceden de formas de ser completamente distintas.

Supongo que he escrito novelas para averiguar qué pensaba acerca de algo, y he escrito poemas para averiguar qué sentía acerca de algo».

May Sarton, «Diario de una soledad»

Octubre, sus días fríos

Octubre sabe llegar con sus días todavía fríos.

El invierno que se resiste a quedar atrás. La primavera, su luminosidad.

No pudimos salvar a nadie, llegamos tarde. Los versos de un poema.

La poesía como tiempo de escucha, la pausa para vislumbrar lo que hay detrás del ruido cotidiano, para combatir lo roto.

El sueño nocturno deja huellas de un ancho camino de tierra, paralelo a las vías del ferrocarril. De un lado, la nostalgia de rieles oxidados, del otro, una cadena de eucaliptos.

¿Había una búsqueda?

Supongo que siempre la hay.

Afuera el bullicio sucio de la ciudad. Adentro, la necesidad de reparación.

Las primeras líneas de un día cenagoso.

En los libros debe haber un orden

Reviso unos borradores. Hay uno al que le tengo más fe. Pero no sé su comienzo. Y lo necesito para no continuar con la escritura fragmentaria, un anclaje que ordene o —al menos aparente— encausar el desorden de palabras que llegan a cuentagotas.

Mientras tanto leo. Siempre leo. Poesía y narrativa. La ilusión de que la lectura puede contagiar la escritura.

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El ahora de la lectura

Versos en diferentes poemas, anzuelos contra el bloqueo.

Leer poesía como una premisa contra la cerrazón de las palabras. Leo poesía y escribo, me dijo un amigo el otro día.

Leer para escuchar, leer para desembrujar, leer para romper murallas. El ahora de la lectura, como el ahora de la escucha, buscando algo para escribir.

«La persona que narra habita simultáneamente el tiempo presente de cuando habla y el tiempo de lo sucedido, además de experimentar la ruptura del ritmo entre los dos. Yo que pregunto y escucho, vivo también el ahora de la escucha, los recuerdos de mis tiempos pasados, cuando ya había oído parte de las historias, así como los varios tiempos futuros de la escucha de las grabaciones, de la lectura de las transcripciones y de la escritura», escribe José Henrique Bortoluci en Lo que es mío, hermoso descubrimiento.

El ahora de la escucha. Lo atesoro.

Satisfacciones

La primera mirada por la ventana al despertarse

el viejo libro vuelto a encontrar

rostros entusiasmados

nieve, el cambio de las estaciones

el periódico

el perro

la dialéctica

ducharse, nadar

música antigua

zapatos cómodos

comprender

música nueva

escribir, plantar

viajar

cantar

ser amable

Poemas y canciones, de Bertolt Bretch

Bajo el título de “Poemas y canciones”, esta antología digital recoge —en versión de Vicente Romano y Jesús López Pacheco— las mejores piezas de la actividad poética de Bertolt Brecht (1898-1956) incluidas en su producción teatral y narrativa, o publicadas como tales en libros o revistas.

La selección respeta los criterios cronológicos, de manera que el lector puede seguir la evolución del autor desde su etapa anárquica hasta las obras de madurez del exilio y la postguerra.

El rastro que deja el oleaje al retirarse de la playa

En su ensayo Nagori, la poeta, escritora y traductora japonesa, Ryoko Sekiguchi, se explaya sobre la relación de su pueblo con las estaciones. En el libro, entre otros tópicos, plantea tres términos diferentes para describir en qué estado de la estacionalidad se encuentra un alimento: hashiri, sakari y nagori,que designan, respectivamente, el equivalente a «primeros frutos», a «plena temporada», y el último, nagori, al final de la temporada, «la nostalgia por la estación que termina».

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Acerca de las gratitudes

¿Tenemos la oportunidad?, ¿Nos hicimos el tiempo suficiente? ¿Pudimos devolver todo lo que nos dieron a quienes estuvieron a nuestro lado? Los agradecimientos, saldos pendientes y la solidaridad son algunos de los temas que se abordan en Las gratitudes, de Delphine de Vigan, novela sobre los vínculos y la tercera edad.

En la narración, Michèle Seld —Michka— vive en su casa. Se maneja por sus propios medios, recibe visitas de vez en cuando y lee a diario Le Monde. Con un pasado de correctora y editora transita su vejez con calma. Hasta que un día no puede moverse. Y ya no puede vivir sola.

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