La miríada de excluidos se adosan a la vida cotidiana. Para contrarrestar el desamparo un hombre sin cabeza hace piruetas con un paraguas y una malabarista juega con un sinnúmero de pelotas. Ninguna se cae. Tareas brillantes que requieren de precisión y la noción del tiempo que imponen los semáforos.
La ruptura del arte contra las preocupaciones cotidianas.
Alguien postea (y agradece) el valor de lo artístico, la imposición necesaria contra el vértigo que podemos descubrir en cada esquina. Me recuerda a Alivio contra la ferocidad. Pasaron cuatro años, pero podría haberlo escrito ayer, asusta la vigencia.
Apostar a los escándalos de ternura, con una cuota de ingenuidad y con los pies sobre la tierra.
Todavía.