Enero y sus anotaciones. Primeras lecturas. Ernaux por dos, Henry Miller, Morábito y su Idioma materno, una suerte de reposo o mantra.
Saer y esta cita:
Hay como una fiebre que se ha apoderado de la ciudad, por encima de su cabeza —y ella no lo nota— en este terrible enero. Pero es una fiebre sorda, recóndita, subterránea, estacionaria, penetrante, como la luz de ceniza que envuelve desde el cielo la ciudad gris en un círculo mórbido de claridad condensada.
Sombras sobre vidrio esmerilado, del libro Fuera de lugar, en Cuentos Completos, edición digital.
Enero y el arrope necesario, malla de contención y fuga, la tregua del calor. Es algo que viene y se va, dice el viejo y cede el teléfono. El recuerdo es una parte muy chiquitita de cada «ahora», y el resto del «ahora» no hace más que aparecer, y eso muy pocas veces, y de un modo muy fugaz, como recuerdo(*), escribe Saer.
Creo que lo que reprocho a los libros, en general, es eso: que no son libres. Se ve a través de la escritura: están fabricados, están organizados, reglamentados, diríase que conformes. Una función de revisión que el escritor desempeña con frecuencia consigo mismo. El escritor, entonces, se convierte en su propio policía. Entiendo, por tal, la búsqueda de la forma correcta, es decir, de la forma más habitual, la más clara, y la más inofensiva. Sigue habiendo generaciones muertas que hacen libros pudibundos. Incluso jóvenes: libros encantadores, sin peso alguno, sin noche. Sin silencio. Dicho de otro modo: sin auténtico autor. Libros de un día, de entretenimiento, de viaje. Pero no libros que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo de toda vida, el lugar común de todo pensamiento. No sé que es un libro. Pero cuando hay uno, lo sabemos. Y cuando no hay nada, lo sabemos como sabemos que existimos, no muertos todavía.
Escribir, Marguerite Duras.
No muertos todavía. Me lo guardo. Lo anoto y lo comparto.
(*) Obra citada.