
«¿Por qué la poesía siempre me parece un trabajo del alma mucho más real que la prosa? Nunca me siento exultante tras escribir una página en prosa, por muy buena que sea y muy concentrado que haya sido mi empeño, y por mucho que la imaginación, como en el caso de las novelas, se haya comprometido en el proceso.
Tal vez se deba a que la prosa es aprendida y la poesía, dada. Ambas pueden ser revisadas casi indefinidamente. No quiero decir con esto, que no trabaje al escribir poesía. Cuando estoy realmente inspirada, puedo escribir cien borradores de un mismo poema y mantener el entusiasmo. Sin embargo, esa batalla sostenida solo es posible cuando me hallo en un estado de gracia, cuando los canales más profundos están abiertos, cuando estos y yo nos encontramos en un hondo movimiento en equilibrio. Entonces, la poesía acude como regalo de unos poderes que sobrepasan mi voluntad.
Muchas veces he pensado que, si prolongara indefinidamente este solitario confinamiento, y supiera que nadie iba a leer cuanto he escrito, seguiría escribiendo poesía, pero ya no escribiría novelas. ¿Por qué? Quizás porque el poema es, de una forma primigenia, un diálogo con el yo, mientras que la novela es un diálogo con otros. Ambos proceden de formas de ser completamente distintas.
Supongo que he escrito novelas para averiguar qué pensaba acerca de algo, y he escrito poemas para averiguar qué sentía acerca de algo».
May Sarton, «Diario de una soledad»