El rastro que deja el oleaje al retirarse de la playa

En su ensayo Nagori, la poeta, escritora y traductora japonesa, Ryoko Sekiguchi, se explaya sobre la relación de su pueblo con las estaciones. En el libro, entre otros tópicos, plantea tres términos diferentes para describir en qué estado de la estacionalidad se encuentra un alimento: hashiri, sakari y nagori,que designan, respectivamente, el equivalente a «primeros frutos», a «plena temporada», y el último, nagori, al final de la temporada, «la nostalgia por la estación que termina».

«Los dos primeros términos son fáciles de entender: el inicio de la temporada y su apogeo son, qué duda cabe, nociones que muchas culturas comparten. Más complicado resulta hallar un equivalente para el último, nagori. Un fruto de nagori es, por ejemplo, un fruto al final de su temporada, el fruto sobremadurado. Se despide de nosotros hasta el año siguiente y por ello nos inspira nostalgia».

La autora agrega que nagori «alude principalmente a la huella, la presencia, la atmósfera de algo pasado, de algo que ya no está. Podemos hablar en este sentido de una ciudad que ha conservado aires de villa medieval o de una vivienda que evoca el gusto y el ambiente de quienes la habitaron en otro tiempo. Nagori designa también las consecuencias, los daños o las secuelas de un acontecimiento, como el nagori de un terremoto o de una enfermedad».

«Por extensión, nagori puede nombrar «lo que queda», persona u objeto, lo que subsiste en el mundo en el lugar de una persona fallecida, como un niño recuerda a sus difuntos padres a quienes los conocieron. Puede aludir asimismo al momento de la separación o al final de la vida. O al estado de algo que persiste, como esas pocas flores que permanecen en el árbol al término de la estación».

Abundan en el texto las expresiones idiomáticas con nagori. Me quedo con eso de que «entreveran apego, nostalgia y temporalidad».

«La etimología de la palabra se remonta a nami-nokori, «vestigio de las olas», que designa el rastro que deja el oleaje después de retirarse de la playa. Esto incluye tanto la huella de las propias olas, esos surcos inmateriales dibujados sobre la arena, como las algas, las conchas, los trozos de madera y los guijarros que quedan a su paso. No hay razón ni lógica detrás de esa acumulación de sedimentos, pero, una vez que aparece, se asienta ahí durante un tiempo, efímera».

Y agrega más adelante la autora: «Nuestras emociones no se mueven con tanta facilidad. Por vivas y reactivas que sean, son mucho más lentas que nuestro cuerpo a la hora de desprenderse de una persona o de un lugar. Siempre nos acompañan, unos pasos por detrás de nosotros»

«Este complejo y delicado concepto se ha desarrollado ampliamente en las artes en general, tanto en poesía como en relatos y novelas, e incluso en pintura y obras teatrales. Nagori es un poco la saudade japonesa, con la diferencia de que las emociones que suscita son bien distintas. Implica una suerte de resignación, la idea de un destino que no se puede modificar. Dejamos una parte de nosotros mismos en la cosa, en el mundo, en la belleza y en el corazón del ser amado. El corazón que experimenta el nagori es generoso, por no decir animoso: no teme entregarse a esas pequeñas cosas insignificantes, no necesariamente dramáticas pero sí frágiles y delicadas, que componen nuestra vida».

Al relacionarlo con los alimentos, nagori va aparejado a un fruto de temporada. «Añoramos la estación que se va, y el sabor de ese fruto viene a reflejar, a encarnar la estación o, más concretamente, la estación en el final de su vida… En un plato de nagori, a la vez que se establece un vínculo con aquello que rinde la naturaleza, entra en juego algo que no pertenece meramente al orden de lo gustativo. Nos enfrentamos a la estación que nos dice adiós o de la que nosotros nos despedimos, y las idas y venidas del recuerdo se asientan, como olas, con cada bocado».

Degusto las palabras. Me quedo con eso de que «nuestras emociones no se mueven con tanta facilidad. Por vivas y reactivas que sean, son mucho más lentas que nuestro cuerpo a la hora de desprenderse de una persona o de un lugar. Siempre nos acompañan, unos pasos por detrás de nosotros».

Sigo con la lectura, pero me debía una pausa para registrar estas anotaciones.


Acerca de Ryoko Sekiguchi

Escritora, poeta, traductora y crítica gastronómica japonesa.

Estudió historia del arte en la Sorbona y se doctoró en literatura comparada y estudios culturales en la Universidad de Tokio.

Reside en París desde hace más de veinte años y escribe sus libros en francés y japonés, lenguas con las que además trabaja como traductora, leo en Wikipedia.

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