Acerca de las gratitudes

¿Tenemos la oportunidad?, ¿Nos hicimos el tiempo suficiente? ¿Pudimos devolver todo lo que nos dieron a quienes estuvieron a nuestro lado? Los agradecimientos, saldos pendientes y la solidaridad son algunos de los temas que se abordan en Las gratitudes, de Delphine de Vigan, novela sobre los vínculos y la tercera edad.

En la narración, Michèle Seld —Michka— vive en su casa. Se maneja por sus propios medios, recibe visitas de vez en cuando y lee a diario Le Monde. Con un pasado de correctora y editora transita su vejez con calma. Hasta que un día no puede moverse. Y ya no puede vivir sola.

Al principio se muda con Marie, la hija ajena que acogió. Pero Michka no quiere ser una carga y decide alojarse en una residencia geriátrica.

La anciana es consciente de su retroceso cognitivo y físico … Pierdo mucho… A toda prisa. Tengo la sensación de estar perdiendo algo todo el rato, pero no sé qué es… Para ralentizar su afasia es asistida por Jérôme, un profesional de la salud que intenta que recupere la posibilidad de hablar.

Soy logopeda. Trabajo con las palabras y con el silencio. Con lo que no se dice. Trabajo con la vergüenza, con los secretos, con los remordimientos. Trabajo con la ausencia, con los recuerdos que ya no están y con los que resurgen tras un nombre, una imagen, un perfume. Trabajo con el dolor de ayer y con el de hoy. Con las confidencias.

Y con el miedo a morir.

Forma parte de mi oficio.

Pero lo que me sigue sorprendiendo, lo que me alucina incluso, lo que aún hoy —tras más de diez años de práctica— me deja a veces sin aliento, es la perdurabilidad de las penas infantiles. La huella ardiente, incandescente, que dejan a pesar de los años. Una huella indeleble.

Y esta huella indeleble está presente en Michka, sobreviviente del Holocausto y con una deuda que confiesa a Jérôme: agradecer a quienes le salvaron la vida. Pero no solo le confiesa, sino que también le aconseja sobre la relación de este con su padre. Hay diálogos exquisitos entre ambos, algunos atravesados por el humor y la ironía, otros filosos y precisos, la connotación de las palabras.

Envejecer es aprender a perder. Asumir, todas o casi todas las semanas, un nuevo déficit, una nueva degradación, un nuevo deterioro, plantea el logopeda. Y aun así, vale dar la pelea, acompañar. A veces conviene aceptar el vacío que deja la pérdida. Renunciar a la distracción. Aceptar que ya no hay nada que decir. Permanecer sentado, a su vera. Cogiéndola de la mano. Nos quedamos así. Michka cierra los ojos y yo dejo pasar el tiempo.

Escribo esto y no puedo dejar de contrastarlo con nuestros viejos. Aquellos que marchan los miércoles, escasos, solos contra los escudos y ante la indiferencia de tantos. Ellos tienen todo por perder, pero se las apañan. «Perder lo que te han dado, lo que te has ganado, lo que te merecías, aquello por lo que luchaste, lo que pensabas que nunca perderías. Readaptarse. Reorganizarse. Apañárselas», se lee por ahí.

Las gratitudes es una novela de una ternura imprescindible para estos tiempos, donde los jubilados son asistidos con palos y gases. Relatada a dos voces, por Marie y Jérôme, somos testigos del silencio y deterioro que día a día acorrala a Michka.

Asimismo, es una narración de silencios, de solidaridad en una época de totalitarismos. Cuando le pregunté cómo habían podido resistir aquellos tres años, me dijo estas palabras, textualmente: «Empiezas diciéndole que no al mal. Y luego ya no tienes elección.» También me dijo: «No hay que presumir de estas cosas.», confiesa otra voz.

Novela sobre el acompañamiento y el intento de conciliar el debe y el haber, que no haya saldos pendientes, si es posible. Y dar gracias a quienes nos tendieron una mano, estar ahí cuando nos necesitan. Una lectura ineludible.

(Imagen: Freepik)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *